Page 95 - Un-mundo-feliz-Huxley
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Cogió afectuosamente del brazo a John, y así, juntos, se dirigieron hacia el
                  helicóptero.
                        Lenina entró canturreando en el vestuario.
                        —Pareces encantada de la vida —dijo Fanny.
                        —Lo  estoy  —contestó  Lenina.  ¡Zas!—.  Bernard  me  llamó  hace  media
                  hora—.  ¡Zas!  ¡Zas!  Se  quitó  los  pantalones  cortos—.  Tiene  un  compromiso
                  inesperado. —¡Zas!—. Me ha preguntado si esta noche quiero llevar al Salvaje al
                  sensorama. Debo darme prisa.
                        Y se dirigió corriendo hacia el baño.
                        «Es una chica con suerte», se dijo Fanny, viéndola alejarse.
                        El Segundo Secretario del Interventor Mundial Residente la había invitado
                  a cenar y a desayunar. Lenina había pasado un fin de semana con el Ford Juez
                  Supremo, y otro con el Archiduque Comunal de Canterbury. El Presidente de la
                  Sociedad  de  Secreciones  Internas  y  Externas  la  llamaba  constantemente  por
                  teléfono, y Lenina había ido a Deauville con el Gobernador-Diputado del Banco
                  de Europa.
                        —Es  maravilloso,  desde  luego.  Y,  sin  embargo,  en  cierto  modo  —había
                  confesado Lenina a Fanny— tengo la sensación de conseguir todo esto haciendo
                  trampa. Porque, naturalmente, lo primero que quieren saber todos es qué tal
                  resulta hacer el amor con un Salvaje. Y tengo que decirles que no lo sé. —Lenina
                  movió la cabeza—. La mayoría de ellos no me creen, desde luego. Pero es la pura
                  verdad. Ojalá no lo fuera —agregó, tristemente; y suspiró—. Es guapísimo, ¿no
                  te parece?
                        —Pero ¿es que no le gustas? —preguntó Fanny.
                        —A veces creo que sí, y otras creo que no. Siempre procura evitarme; sale
                  de su estancia cuando yo entro en ella; no quiere tocarme; ni siquiera mirarme.
                  Pero a veces me vuelvo súbitamente, y lo pillo mirándome; y entonces…, bueno,
                  ya sabes cómo te miran los hombres cuando les gustas.
                        Sí, Fanny lo sabía.
                        —No llego a entenderlo —dijo Lenina.
                        No  lo  entendía,  y  ello  no  sólo  la  turbaba,  sino  que  la  trastornaba
                  profundamente.
                        —Porque, ¿sabes, Fanny?, me gusta mucho.
                        Le  gustaba  cada  vez  más.  «Bueno,  hoy  se  me  ofrece  una  excelente
                  ocasión», pensaba, mientras se perfumaba, después del baño. Unas gotas más
                  de perfume; un poco más. «Una ocasión excelente». Su buen humor se vertió en
                  una canción:

                                Abrázame hasta embriagarme de amor,
                                bésame hasta dejarme en coma;
                                abrázame, amor, arrímate a mí;
                                el amor es tan bueno como el soma.


                        Arrellanados  en  sus  butacas  neumáticas,  Lenina  y  el  Salvaje,  olían  y
                  escuchaban. Hasta que llegó el momento de ver y palpar también.
                        Las luces se apagaron; y en las tinieblas surgieron unas letras llameantes,
                  sólidas,  que  parecían  flotar  en  el  aire.  Tres  semanas  en  helicóptero.  Un  film
                  sensible, supercantado, hablado sintéticamente, en color y estereoscópico, con
                  acompañamiento sincronizado de órgano de perfumes.
                        —Agarra  esos  pomos  metálicos  de  los  brazos  de  tu  butaca  —susurró
                  Lenina—. De lo contrario no notarás los efectos táctiles.
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