Page 92 - Un-mundo-feliz-Huxley
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costoso; y quisiera aprovechar esta oportunidad para llamar la atención de Su
Fordería hacia…».
La ira de Mustafá Mond cedió el paso casi inmediatamente al buen humor.
La idea de que aquel individuo pretendiera solemnemente darle lecciones a él —
a él— sobre el orden social, era realmente demasiado grotesca. El pobre tipo
debía de haberse vuelto loco. «Tengo que darle una buena lección», se dijo;
después echó la cabeza hacia atrás y soltó una fuerte carcajada. Por el momento,
en todo caso, la lección podía esperar.
Se trataba de una pequeña fábrica de alumbrado para helicópteros, filial de
la Sociedad de Equipos Eléctricos. Les recibieron en la misma azotea (porque
los efectos de la circular de recomendación del Interventor eran mágicos) el Jefe
Técnico y el Director de Elementos Humanos bajaron a la fábrica.
—Cada proceso de fabricación —explicó el director de Elementos
Humanos— es confiado, dentro de lo posible, a miembros de un mismo Grupo
de Bokanovsky.
Y, en efecto, ochenta y tres Deltas braquicéfalos, negros y casi desprovistos
de nariz, se hallaban trabajando en el estampado en frío. Los cincuenta y seis
tornos y mandriles de cuatro brocas eran manejados por cincuenta y seis
Gammas aguileños, color de jengibre. En la fundición trabajaban ciento siete
Epsilones senegaleses especialmente condicionados para soportar el calor.
Treinta y tres Deltas hembras, de cabeza alargada, rubias, de pelvis estrecha, y
todas ellas de un metro sesenta y nueve centímetros de estatura, con diferencias
máximas de veinte milímetros, cortaban tornillos. En la sala de montajes las
dínamos eran acopladas por dos grupos de enanos Gamma-Más. Los dos bancos
de trabajo, alargados, estaban situados uno frente al otro; entre ambos reptaba
la cinta sin fin con su carga de piezas sueltas; cuarenta y siete cabezas rubias se
alineaban frente a cuarenta y siete cabezas morenas. Cuarenta y siete machos
frente a cuarenta y siete narigudos; cuarenta y siete mentones escurridos frente
a cuarenta y siete mentones salientes. Los aparatos, una vez acoplados, eran
inspeccionados por dieciocho muchachas idénticas, de pelo castaño rizado,
vestidas del color verde de los Gammas, embalados en canastas por cuarenta y
cuatro Delta-Menos pernicortos y zurdos, y cargados en los camiones y carros
por sesenta y tres Epsilones semienanos, de ojos azules, pelirrojos y pecosos.
—¡Oh maravilloso nuevo mundo…!
Por una especie de broma de su memoria, el Salvaje se encontró repitiendo
las palabras de Miranda:
—¡Oh maravilloso nuevo mundo que alberga a tales seres!
—Y le aseguro —concluyó el director de Elementos Humanos, cuando
salían de los talleres— que apenas tenemos problema alguno con nuestros
obreros. Siempre encontramos…
Pero el Salvaje, súbitamente, se había separado de sus acompañantes y,
oculto tras un macizo de laureles, estaba sufriendo violentas arcadas, como si la
tierra firme hubiese sido un helicóptero con una bolsa de aire.
En Eton, aterrizaron en la azotea de la Escuela Superior. Al otro lado del
Patio de la Escuela, los cincuenta y dos pisos de la Torre de Lupton destellaban
al sol. La Universidad a la izquierda y la Cantoría Comunal de la Escuela a la
derecha, levantaban su venerable cúmulo de cemento armado y «vita-cristal».
En el centro del espacio cuadrangular se erguía la antigua estatua de acero
cromado de Nuestro Ford.
El doctor Gaffney, el Preboste, y Miss Keate, la Maestra Jefe, les recibieron
al bajar del aparato.