Page 90 - Un-mundo-feliz-Huxley
P. 90
—Desde luego —prosiguió el doctor Shaw—, no podemos permitir que la
gente se nos marche a la eternidad a cada momento si tiene algún trabajo serio
que hacer. Pero como Linda no tiene ningún trabajo serio…
—Sin embargo —insistió John—, no me parece justo.
El doctor se encogió de hombros.
—Bueno, si usted prefiere que esté chillando como una loca todo el
tiempo…
Al fin, John se vio obligado a ceder. Linda consiguió el soma que deseaba.
A partir de entonces permaneció en su cuartito de la planta treinta y siete de la
casa de apartamentos de Bernard, en cama, con la radio y la televisión
constantemente en marcha, el grifo de pachulí goteando, y las tabletas de soma
al alcance de la mano; allí permaneció, y, sin embargo, no estaba allá, en
absoluto; estaba siempre fuera, infinitamente lejos, de vacaciones; de
vacaciones en algún otro mundo, donde la música de la radio era un laberinto de
colores sonoros, un laberinto deslizante, palpitante, que conducía (a través de
unos recodos inevitables, hermosos) a un centro brillante de convicción
absoluta; un mundo en el cual las imágenes danzantes de la televisión eran los
actores de un sensorama cantado, indescriptiblemente delicioso; donde el
pachulí que goteaba era algo más que un perfume: era el sol, era un millón de
saxofones, era Popé haciendo el amor, y mucho más aún, incomparablemente
más, y sin fin…
—No, no podemos rejuvenecer. Pero me alegro mucho de haber tenido esta
oportunidad de ver un caso de senilidad del ser humano —concluyó el doctor
Shaw—. Gracias por haberme llamado.
Y estrechó calurosamente la mano de Bernard.
Por consiguiente, era John a quien todos buscaban. Y como a John sólo
cabía verle a través de Bernard, su guardián oficial, Bernard se vio tratado por
primera vez en su vida no sólo normalmente, sino como una persona de
importancia sobresaliente.
Ya no se hablaba de alcohol en su sucedáneo de la sangre, ni se lanzaban
pullas a propósito de su aspecto físico.
—Bernard me ha invitado a ir a ver al Salvaje el próximo miércoles —
anunció Fanny triunfalmente.
—Lo celebro —dijo Lenina—. Y ahora, reconoce que estabas equivocada en
cuanto a Bernard. ¿No lo encuentras simpatiquísimo?
Fanny asintió con la cabeza.
—Y debo confesar —agregó— que me llevé una sorpresa muy agradable.
El Envasador Jefe, el director de Predestinación, tres Delegados Auxiliares
de Fecundación, el Profesor de Sensoramas del Colegio de Ingeniería
Emocional, el Deán de la Cantoría Comunal de Westminster, el Supervisor de
Bokanovskificación… La lista de personajes que frecuentaba a Bernard era
interminable.
—Y la semana pasada fui con seis chicas —confió Bernard a Helmholtz
Watson—. Una el lunes, dos el martes, otras dos el viernes y una el sábado. Y si
hubiese tenido tiempo o ganas, había al menos una docena más de ellas que sólo
estaban deseando…
Helmholtz escuchaba sus jactancias en un silencio tan sombrío y
desaprobador, que Bernard se sintió ofendido.
—Me envidias —dijo.
Helmholtz negó con la cabeza.
—No, pero estoy muy triste; esto es todo —contestó.