Page 86 - Un-mundo-feliz-Huxley
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heterodoxia amenaza algo mucho más importante que la vida de un individuo;
amenaza a la propia Sociedad. Sí, a la propia Sociedad —repitió—. Pero, aquí
viene.
Bernard había entrado en la sala y se acercaba a ellos pasando por entre las
hileras de fecundadores. Su expresión jactanciosa, de confianza en sí mismo,
apenas lograba disimular su nerviosismo. La voz con que dijo: «Buenos días,
director» sonó demasiado fuerte, absurdamente alta; y cuando, para corregir su
error, dijo: «Me pidió usted que acudiera aquí para hablarme», lo hizo con voz
ridículamente débil.
—Sí, Mr. Marx —dijo el director enfáticamente—. Le pedí que acudiera a
verme aquí. Tengo entendido que regresó usted de sus vacaciones anoche.
—Sí —contestó Bernard.
—Ssssí —repitió el director, acentuando la s, en un silbido como de
serpiente. Luego, levantando súbitamente la voz, trompeteó—: Señoras y
caballeros, señoras y caballeros.
El tarareo de las muchachas sobre sus tubos de ensayo y el silboteo
abstraído de los microscopistas cesaron súbitamente. Se hizo un silencio
profundo; todos volvieron las miradas hacia el grupo central.
—Señoras y caballeros —repitió el director—, discúlpenme si interrumpo
sus tareas. Un doloroso deber me obliga a ello. La seguridad y la estabilidad de
la Sociedad se hallan en peligro. Sí, en peligro, señoras y caballeros. Este
hombre —y señaló acusadoramente a Bernard—, este hombre que se encuentra
ante ustedes, este Alfa-Más a quien tanto le fue dado, y de quien, en
consecuencia, tanto cabía esperar, este colega de ustedes, o mejor, acaso este
que fue colega de ustedes, ha traicionado burdamente la confianza que pusimos
en él. Con sus opiniones heréticas sobre el deporte y el soma, con la escandalosa
heterodoxia de su vida sexual, con su negativa a obedecer las enseñanzas de
Nuestro Ford y a comportarse fuera de las horas de trabajo «como un bebé en
su frasco» —y al llegar a este punto el director hizo la señal de la T— se ha
revelado como un enemigo de la Sociedad, un elemento subversivo, señoras y
caballeros. Contra el Orden y la Estabilidad, un conspirador contra la misma
Civilización. Por esta razón me propongo despedirle, despedirle con ignominia
del cargo que hasta ahora ha venido ejerciendo en este Centro; y me propongo
asimismo solicitar su transferencia a un Subcentro del orden más bajo, y, para
que su castigo sirva a los mejores intereses de la sociedad, tan alejado como sea
posible de cualquier Centro importante de población. En Islandia tendrá pocas
oportunidades de corromper a otros con su ejemplo antifordiano —el director
hizo una pausa; después, cruzando los brazos, se volvió solemnemente hacia
Bernard—. Marx —dijo—, ¿puede usted alegar alguna razón por la cual yo no
deba ejecutar el castigo que le he impuesto?
—Sí, puedo —contestó Bernard, en voz alta.
—Diga cuál es, entonces —dijo el director, un tanto asombrado, pero sin
perder la dignidad majestuosa de su actitud.
—No sólo la diré, sino que la exhibiré. Pero está en el pasillo. Un momento.
—Bernard se acercó rápidamente a la puerta y la abrió bruscamente—. Entre —
ordenó.
Y la «razón» alegada entró y se hizo visible.
Se produjo un sobresalto, una suspensión del aliento de todos los
presentes y, después, un murmullo de asombro y de horror; una chica joven
chilló; estaba de pie encima de una silla para ver mejor, y, al vacilar, derramó
dos tubos de ensayo llenos de espermatozoos. Abotagado, hinchado, entre