Page 65 - Un-mundo-feliz-Huxley
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—Nunca escarmientan  —dijo el piloto del uniforme verde,  señalando los
                  esqueletos que, debajo de ellos, cubrían el suelo—. Y nunca escarmentarán  —
                  agregó riendo.
                        Bernard  también  rió;  gracias  a  los  dos  gramos  de  soma,  el  chiste,  por
                  alguna razón, se le antojó gracioso.
                        Rió  y  después,  casi  inmediatamente,  quedó  sumido  en  el  sueño,  y,
                  durmiendo,  fue  llevado  por  encima  de  Taos  y  Tesuco;  de  Namba,  Picores  y
                  Pojoaque, de Sía y Cochiti, de Laguna, Acoma y la Mesa Encantada, de Cibola y
                  Ojo Caliente, y despertó al fin para encontrar el aparato posado ya en el suelo,
                  Lenina trasladando las maletas a una casita cuadrada, y el enano Gamma verde
                  hablando incomprensiblemente con un joven indio.
                        —Malpaís  —anunció  el  piloto,  cuando  Bernard  se  apeó—.  Ésta  es  la
                  hospedería.  Y  por  la  tarde  habrá  danza  en  el  pueblo.  Este  hombre  los
                  acompañará.  —Y  señaló  al  joven  salvaje  de  aspecto  adusto—.  Espero  que  se
                  diviertan —sonrió—. Todo lo que hacen es divertido. —Con estas palabras, subió
                  de  nuevo  al  aparato  y  puso  en  marcha  los  motores—.  Mañana  volveré.  Y
                  recuerde  —agregó  tranquilizadoramente,  dirigiéndose  a  Lenina—  que  son
                  completamente  mansos;  los  salvajes  no  les  harán  daño  alguno.  Tienen  la
                  suficiente experiencia de las bombas de gas para saber que no deben hacerles
                  ninguna jugarreta.
                        Riendo todavía, puso en marcha la hélice del autogiro, aceleró y partió.
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