Page 57 - Un-mundo-feliz-Huxley
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Media hora más tarde se hallaba de vuelta a las habitaciones de Bernard.
                  Éste  tragó  de  golpe  cuatro  tabletas  de  soma,  puso  en  marcha  la  radio  y  la
                  televisión y empezó a desnudarse.
                        —Bueno —dijo Lenina, con intencionada picardía cuando se encontraron
                  de nuevo en la azotea, el día siguiente por la tarde—. ¿Te divertiste ayer?
                        Bernard  asintió  con  la  cabeza.  Subieron  al  avión.  Una  breve  sacudida,  y
                  partieron.
                        —Todos  dicen  que  soy  muy  neumática  —dijo  Lenina,  meditativamente,
                  dándose unas palmaditas en los muslos.
                        —Muchísimo.
                        Pero en los ojos de Bernard había una expresión dolida. «Como carne»,
                  pensaba.
                        Lenina lo miró con cierta ansiedad.
                        —Pero no me encuentras demasiado llenita, ¿verdad?
                        Bernard negó con la cabeza. «Exactamente igual que carne».
                        —¿Me encuentras al punto?
                        Otra afirmación muda de Bernard.
                        —¿En todos los aspectos?
                        —Perfecta —dijo Bernard, en voz alta.
                        Y  para  sus  adentros:  «Ésta  es  la  opinión  que  tiene  de  sí  misma.  No  le
                  importa ser como la carne».
                        Lenina sonrió triunfalmente. Pero su satisfacción había sido prematura.
                        —Sin  embargo  —prosiguió  Bernard  tras  una  breve  pausa—,  hubiese
                  preferido que todo terminara de otra manera.
                        —¿De otra manera? ¿Podía terminarse de otra?
                        —Yo no quería que acabáramos acostándonos —especificó Bernard.
                        Lenina se mostró asombrada.
                        —Quiero decir, no en seguida, no el primer día.
                        —Pero, entonces, ¿qué…?
                        Bernard  empezó  a  soltar  una  serie  de  tonterías  incomprensibles  y
                  peligrosas. Lenina hizo todo lo posible por cerrar los oídos de su mente; pero de
                  vez  en  cuando  una  que  otra  frase  se  empeñaba  en  hacerse  oír:  «…  probar  el
                  efecto  que  produce  detener  los  propios  impulsos»,  le  oyó  decir.  Fue  como  si
                  aquellas palabras tocaran un resorte de su mente.
                        —«No dejes para mañana la diversión que puedes tener hoy» —dijo Lenina
                  gravemente.
                        —Doscientas  repeticiones,  dos  veces  por  semana,  desde  los  catorce  años
                  hasta los dieciséis y medio —se limitó a comentar Bernard. Su alocada charla
                  prosiguió—.  Quiero  saber  lo  que  es  la  pasión  —oyó  Lenina,  de  sus  labios—.
                  Quiero sentir algo con fuerza.
                        —Cuando el individuo siente, la comunidad se resiente —citó Lenina.
                        —Bueno, ¿y por qué no he de poder resentirme un poco?
                        —¡Bernard!
                        Pero Bernard no parecía avergonzado.
                        —Adultos intelectualmente y durante las horas de trabajo —prosiguió—, y
                  niños en lo que se refiere a los sentimientos y los deseos.
                        —Nuestro Ford amaba a los niños.
                        Sin hacer caso de la interrupción, Bernard prosiguió:
                        —El  otro  día,  de  pronto,  se  me  ocurrió  que  había  de  ser  posible  ser  un
                  adulto en todo momento.
                        —Lo comprendo.
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