Page 53 - Un-mundo-feliz-Huxley
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Orgía-Porfía, Ford y diversión,
                                besad a las chicas y hacedlas Uno.
                                Los chicos a la una con las chicas en paz;
                                la Orgía-Porfía libertad os da.

                        «Orgía-Porfía…»  Los  bailarines  recogieron  el  estribillo  litúrgico.  «Orgía-
                  Porfía,  Ford  y  diversión,  besad  a  las  chicas  y  hacedlas  Uno…»  Y  mientras
                  cantaban, las luces empezaron a oscurecerse lentamente, y al tiempo que cedía
                  su  intensidad,  se  hacían  más  cálidas,  más  ricas,  más  rojas,  hasta  que  al  fin
                  bailaban a la  escarlata luz crepuscular de un Almacén de Embriones. «Orgía-
                  Porfía…»  En  las  tinieblas  fetales,  color  de  sangre,  los  bailarines  siguieron
                  circulando  un  rato,  llevando  el  ritmo  infatigable  con  pies  y  manos.  «Orgía-
                  Porfía…» Después el círculo osciló, se rompió y cayó desintegrado parcialmente
                  en el anillo de divanes que rodeaban —en círculos concéntricos— la mesa y sus
                  sillas  planetarias.  «Orgía-Porfía…»  Tiernamente,  la  grave  Voz  arrullaba  y
                  zureaba;  y  en  el  rojo  crepúsculo  era  como  si  una  enorme  paloma  negra  se
                  cerniese,  benévola,  por  encima  de  los  bailarines,  ahora  en  posición  supina  o
                  prona.
                        Se hallaban de pie en la azotea; el Big Henry acababa de dar las once. La
                  noche era apacible y cálida.
                        —Fue  maravilloso,  ¿verdad?  —dijo  Fifi  Bradlaugh—.  ¿Verdad  que  fue
                  maravilloso?
                        Miró a Bernard con expresión de éxtasis, pero de un éxtasis en el cual no
                  había vestigios de agitación o excitación. Porque estar excitado es estar todavía
                  insatisfecho.
                        —¿No  te  pareció  maravilloso?  —insistió,  mirando  fijamente  a  la  cara  de
                  Bernard con aquellos ojos que lucían con un brillo sobrenatural.
                        —¡Oh, sí, lo encontré maravilloso! —mintió Bernard.
                        Y desvió la mirada; la visión de aquel rostro transfigurado era a la vez una
                  acusación y un irónico recordatorio de su propio aislamiento. Bernard se sentía
                  ahora tan desdichadamente aislado como cuando había empezado el Servicio;
                  más aislado a causa de su vaciedad no llenada, de su saciedad mortal. Separado
                  y fuera de la armonía, en tanto que los otros se fundían en el Ser Más Grande.
                        —Maravilloso de verdad —repitió.
                        Pero no podía dejar de pensar en la ceja de Morgana.
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