Page 51 - Un-mundo-feliz-Huxley
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de Solidaridad. Una y otra vez, y no era ya el oído el que captaba el ritmo, sino el
diafragma; el quejido y estridor de aquellas armonías repetidas obsesionaba, no
ya la mente, sino las suspirantes entrañas de compasión.
El presidente hizo otra vez la señal de la T y se sentó. El servicio había
empezado. Las tabletas de soma consagradas fueron colocadas en el centro de la
mesa. La copa del amor llena de soma en forma de helado de fresa pasó de
mano en mano, con la fórmula: «Bebo por mi aniquilación». Luego, con el
acompañamiento de la orquesta sintética, se cantó el Primer Himno de
Solidaridad:
Ford, somos doce; haz de nosotros uno solo,
como gotas en el Río Social;
haz que corramos juntos, rápidos
como tu brillante carraca.
Doce estrofas suspirantes. Después la copa del amor pasó de mano en
mano por segunda vez. Ahora la fórmula era: «Bebo por el Ser Más Grande».
Todos bebieron. La música sonaba, incansable. Los tambores redoblaron. El
clamor y el estridor de las armonías se convertían en una obsesión en las
entrañas fundidas. Cantaron el Segundo Himno de Solidaridad:
¡Ven, oh Ser Más Grande, Amigo Social,
a aniquilar a los Doce-en-Uno!
Deseamos morir, porque cuando morimos nuestra
vida más grande apenas ha empezado.
Otras doce estrofas. A la sazón el soma empezaba ya a producir efectos.
Los ojos brillaban, las mejillas ardían, la luz interior de la benevolencia
universal asomaba a todos los rostros en forma de sonrisas felices, amistosas.
Hasta Bernard se sentía un poco conmovido. Cuando Morgana Rotschild se
volvió y le dirigió una sonrisa radiante, él hizo lo posible por corresponderle.
Pero la ceja, aquella ceja negra, única, ¡ay!, seguía existiendo. Bernard no podía
ignorarla; no podía, por mucho que se esforzara. Su emoción, su fusión con los
demás no había llegado lo bastante lejos. Tal vez si hubiese estado sentado entre
Fifi y Joanna… Por tercera vez la copa del amor hizo la ronda. «Bebo por la
inminencia de su Advenimiento», dijo Morgana Rotschild, a quien,
casualmente, había correspondido iniciar el rito circular. Su voz sonó fuerte,
llena de exultación. Bebió y pasó la copa a Bernard. «Bebo por la inminencia de
su Advenimiento», repitió éste en un sincero intento de sentir que el
Advenimiento era inminente; pero la ceja única seguía obsesionándole, y el
Advenimiento, en lo que a él se refería, estaba terriblemente lejano. Bebió y
pasó la copa a Clara Deterding. Volveré a fracasar —se dijo—. Estoy seguro. Pero
siguió haciendo todo lo posible por mostrar una sonrisa radiante.
La copa del amor había dado ya la vuelta. Levantando la mano,
el presidente dio una señal; el coro rompió a cantar el Tercer Himno
de Solidaridad:
¿No sientes cómo llega el Ser Más Grande?
¡Alégrate, y, al alegrarte, muere!
¡Fúndete en la música de los tambores!
Porque yo soy tú y tú eres yo.