Page 133 - Un-mundo-feliz-Huxley
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juego de tantos impulsos naturales, que realmente no existen tentaciones que
uno deba resistir. Y si alguna vez, por algún desafortunado azar, ocurriera algo
desagradable, bueno, siempre hay el soma, que puede ofrecernos unas
vacaciones de la realidad. Y siempre hay el soma para calmar nuestra ira, para
reconciliarnos con nuestros enemigos, para hacernos pacientes y sufridos. En el
pasado, tales cosas sólo podían conseguirse haciendo un gran esfuerzo y al cabo
de muchos años de duro entrenamiento moral. Ahora, usted se zampa dos o tres
tabletas de medio gramo, y listo. Actualmente, cualquiera puede ser virtuoso.
Uno puede llevar al menos la mitad de su moralidad en el bolsillo, dentro de un
frasco. El cristianismo sin lágrimas: esto es el soma.
—Pero las lágrimas son necesarias. ¿No recuerda lo que dice Otelo? «Si
después de cada tormenta vienen tales calmas, ojalá los vientos soplen hasta
despertar a la muerte». Hay una historia, que uno de los ancianos indios solía
contarnos, acerca de la Doncella de Mátsaki. Los jóvenes que aspiraban a
casarse con ella tenían que pasarse una mañana cavando en su huerto. Parecía
fácil; pero en aquel huerto había moscas y mosquitos mágicos. La mayoría de los
jóvenes, simplemente, no podían resistir las picaduras y el escozor. Pero el que
logró soportar la prueba, se casó con la muchacha.
—Muy hermoso. Pero en los países civilizados —dijo el Interventor— se
puede conseguir a las muchachas sin tener que cavar para ellas; y no hay moscas
ni mosquitos que le piquen a uno. Hace siglos que nos libramos de ellos.
El Salvaje asintió, ceñudo.
—Se libraron de ellos. Sí, muy propio de ustedes. Librarse de todo lo
desagradable en lugar de aprender a soportarlo. Si es más noble soportar en el
alma las pedradas o las flechas de la mala fortuna, o bien alzarse en armas
contra un piélago de pesares y acabar con ellos enfrentándose a los mismos…
Pero ustedes no hacen ni una cosa ni otra. Ni soportan ni resisten. Se limitan a
abolir las pedradas y las flechas. Es demasiado fácil.
El Salvaje enmudeció súbitamente, pensando en su madre. En su
habitación del piso treinta y siete, Linda había flotado en un mar de luces
cantarinas y caricias perfumadas, había flotado lejos, fuera del espacio, fuera del
tiempo, fuera de la prisión de sus recuerdos, de sus hábitos, de su cuerpo
envejecido y abotagado. Y Tomakin, ex director de Incubadoras y
Condicionamiento, Tomakin seguía todavía de vacaciones, de vacaciones de la
humillación y el dolor, en un mundo donde no pudiera ver aquel rostro horrible
ni sentir aquellos brazos húmedos y fofos alrededor de su cuello, en un mundo
hermoso…
—Lo que ustedes necesitan —prosiguió el Salvaje— es algo con lágrimas,
para variar. Aquí nada cuesta lo bastante.
»Atreverse a exponer lo que es mortal e inseguro al azar, la muerte y el
peligro, aunque sólo sea por una cáscara de huevo… ¿No hay algo en esto? —
preguntó el Salvaje, mirando a Mustafá Mond—. Dejando aparte a Dios, aunque,
desde luego, Dios sería una razón para obrar así. ¿No tiene su hechizo el vivir
peligrosamente?
—Ya lo creo —contestó el Interventor—. De vez en cuando hay que
estimular las glándulas suprarrenales de hombres y mujeres.
—¿Cómo? —preguntó el Salvaje, sin comprender.
—Es una de las condiciones para la salud perfecta. Por esto hemos
impuesto como obligatorios los tratamientos de S.P.V.
—¿S.P.V.?