Page 132 - Un-mundo-feliz-Huxley
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—¿Está seguro de ello? —preguntó el Salvaje—. ¿Está completamente
seguro de que Edmundo, en su butaca neumática, no ha sido castigado tan
duramente como el herido que se desangra hasta morir? Los dioses son justos.
¿Acaso no han empleado estos vicios de placer como instrumento para
degradarle?
—¿Degradarle de qué posición? En su calidad de ciudadano feliz,
trabajador y consumidor de bienes, es perfecto. Desde luego, si usted elige como
punto de referencia otro distinto del nuestro, tal vez pueda decir que ha sido
degradado. Pero debe usted seguir fiel a un mismo juego de postulados. No
puede jugar al Golf Electromagnético siguiendo el reglamento de Pelota
Centrífuga.
—Pero el valor no reside en la voluntad particular —dijo el Salvaje—.
Conservar su estima y su dignidad en cuanto que es tan precioso en sí mismo
como a los ojos del tasador.
—Vamos, vamos —protestó Mustafá Mond—. ¿No le parece que esto es ya
ir demasiado lejos?
—Si ustedes se permitieran pensar en Dios, no se permitirían a sí mismos
dejarse degradar por los vicios agradables. Tendrían una razón para soportar las
cosas con paciencia, y para realizar muchas cosas de valor. He podido verlo así
en los indios.
—No lo dudo —dijo Mustafá Mond—. Pero nosotros no somos indios. Un
hombre civilizado no tiene ninguna necesidad de soportar nada que sea
seriamente desagradable. En cuanto a realizar cosas, Ford no quiere que tal idea
penetre en la mente del hombre civilizado. Si los hombres empezaran a obrar
por su cuenta, todo el orden social sería trastornado.
—¿Y en qué queda, entonces, la autonegación? Si ustedes tuvieran un Dios,
tendrían una razón para la autonegación.
—Pero la civilización industrial sólo es posible cuando no existe
autonegación. Es precisa la autosatisfacción hasta los límites impuestos por la
higiene y la economía. De otro modo las ruedas dejarían de girar.
—¡Tendrían ustedes una razón para la castidad! —dijo el Salvaje,
sonrojándose ligeramente al pronunciar estas palabras.
—Pero la castidad entraña la pasión, la castidad entraña la neurastenia. Y
la pasión y la neurastenia entrañan la inestabilidad. Y la inestabilidad, a su vez,
el fin de la civilización. Una civilización no puede ser duradera sin gran cantidad
de vicios agradables.
—Pero Dios es la razón que justifica todo lo que es noble, bello y heroico. Si
ustedes tuvieran un Dios…
—Mi joven y querido amigo —dijo Mustafá Mond—, la civilización no tiene
ninguna necesidad de nobleza ni de heroísmo. Ambas cosas son síntomas de
ineficacia política. En una sociedad debidamente organizada como la nuestra,
nadie tiene la menor oportunidad de comportarse noble y heroicamente. Las
condiciones deben hacerse del todo inestables antes de que surja tal
oportunidad. Donde hay guerras, donde hay una dualidad de lealtades, donde
hay tentaciones que resistir, objetos de amor por los cuales luchar o que
defender, allí, es evidente, la nobleza y el heroísmo tienen algún sentido. Pero
actualmente no hay guerras. Se toman todas las precauciones posibles para
evitar que cualquiera pueda amar demasiado a otra persona.
»No existe la posibilidad de elegir entre dos lealtades o fidelidades; todos
están condicionados de modo que no pueden hacer otra cosa más que lo que
deben hacer. Y lo que uno debe hacer resulta tan agradable, se permite el libre