Page 124 - Un-mundo-feliz-Huxley
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—Claro  que  sí  —convino  el  Interventor—.  Pero  éste  es  el  precio  que
                  debemos pagar por la estabilidad. Hay que elegir entre la felicidad y lo que la
                  gente llamaba arte puro. Nosotros hemos sacrificado el arte puro. Y en su lugar
                  hemos puesto el sensorama y el órgano de perfumes.
                        —Pero no tienen ningún mensaje.
                        —El  mensaje  de  lo  que  son;  el  mensaje  de  una  gran  cantidad  de
                  sensaciones agradables para el público.
                        —Los argumentos han sido escritos por algún idiota.
                        El Interventor se echó a reír.
                        —No es usted muy amable con su amigo Mr. Watson, uno de nuestros más
                  distinguidos ingenieros de emociones.
                        —Tiene toda la razón —dijo Helmholtz, sombríamente—. Porque todo esto
                  son idioteces. Escribir cuando no se tiene nada que decir…
                        —Exacto. Pero ello exige un ingenio enorme. Usted logra fabricar coches
                  con  un  mínimo  de  acero,  obras  de  arte  a  base  de  poco  más  que  puras
                  sensaciones.
                        El Salvaje movió la cabeza.
                        —A mí todo esto me parece horrendo.
                        —Claro  que  lo  es.  La  felicidad  real  siempre  aparece  escuálida  por
                  comparación con las compensaciones que ofrece la desdicha. Y, naturalmente, la
                  estabilidad no es, ni con mucho, tan espectacular como la inestabilidad. Y estar
                  satisfecho de todo no posee el hechizo de una buena lucha contra la desventura,
                  ni el pintoresquismo del combate contra la tentación o contra una pasión fatal o
                  una duda. La felicidad nunca tiene grandeza.
                        —Supongo  que  no  —dijo  el  Salvaje,  después  de  un  silencio—.  Pero  ¿es
                  preciso llegar a cosas tan horribles como esos mellizos? ¡Son horribles!
                        —Pero  muy  útiles.  Ya  veo  que  no  le  gustan  nuestros  Grupos  de
                  Bokanovski;  pero  le  aseguro  que  son  los  cimientos  sobre  los  cuales  descansa
                  todo lo demás. Son el giróscopo que estabiliza el avión cohete del Estado en su
                  incontenible carrera.
                        —Más de una vez me he preguntado —dijo el Salvaje— por qué producen
                  seres  como  éstos,  siendo  así  que  pueden  fabricarlos  a  su  gusto  en  esos
                  espantosos  frascos.  ¿Por  qué,  si  se  puede  conseguir,  no  se  limitan  a  fabricar
                  Alfas-Doble-Más?
                        Mustafá Mond se echó a reír.
                        —Porque no queremos que nos rebanen el pescuezo —contestó—. Nosotros
                  creemos en la felicidad y la estabilidad. Una sociedad de Alfas no podría menos
                  de  ser  inestable  y  desdichada.  Imagine  una  fábrica  cuyo  personal  estuviese
                  constituido  íntegramente  por  Alfas,  es  decir,  por  seres  individuales  no
                  relacionados de modo  que sean capaces,  dentro de ciertos límites, de elegir y
                  asumir responsabilidad. ¡Imagíneselo! —repitió.
                        El Salvaje intentó imaginarlo, pero no pudo conseguirlo.
                        —Es  un  absurdo.  Un  hombre  decantado  como  Alfa,  condicionado  como
                  Alfa, se volvería loco si tuviera que hacer el trabajo de un semienano Epsilon; o
                  se  volvería  loco  o  empezaría  a  destrozarlo  todo.  Los  Alfas  pueden  ser
                  socializados totalmente, pero sólo a condición de que se les confíe un trabajo
                  propio  de  los  Alfas.  Sólo  de  un  Epsilon  puede  esperarse  que  haga  sacrificios
                  Epsilon, por la sencilla razón de que para él no son sacrificios; se hallan en la
                  línea de menor resistencia. Su condicionamiento ha tendido unos raíles por los
                  cuales debe correr. No puede evitarlo; está condenado a ello de antemano. Aún
                  después de su decantación permanece dentro de un frasco: un frasco invisible,
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