Page 121 - Un-mundo-feliz-Huxley
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Sin retirar el pañuelo de la nariz, que sangraba en abundancia, Helmholtz
asintió con la cabeza.
Bernard acababa de despertar, y, tras comprobar que había recobrado el
movimiento de las piernas, eligió aquel momento para intentar escabullirse sin
llamar la atención.
—¡Eh, usted! —gritó el sargento.
Y un policía, con su máscara porcina, cruzó corriendo la sala y puso una
mano en el hombro del joven.
Bernard se volvió, procurando asumir una expresión de inocencia
indignada. ¿Que él escapaba? Ni siquiera lo había soñado.
—Aunque no acierto a imaginar qué puede desear de mí —dijo al sargento.
—Usted es amigo de los prisioneros, ¿no es cierto?
—Bueno… —dijo Bernard; y vaciló. No, no podía negarlo—. ¿Por qué no
había de serlo? —preguntó.
—Pues sígame —dijo el sargento.
Y abrió la marcha hacia la puerta y hacia el coche celular que esperaba ante
la misma.