Page 102 - Un-mundo-feliz-Huxley
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con la voz de quién.
                                La ausencia de los brazos,
                                los senos y los labios
                                y los traseros de Susan
                                y de Egeria forman lentamente
                                una presencia. ¿Cuál? Y, pregunto,
                                ¿de qué esencia tan absurda
                                que algo que no es
                                puebla, sin embargo,
                                la noche desierta más sólidamente
                                que esotra con la cual copulamos
                                y que tan escuálida nos parece?

                        —Bueno  —prosiguió Helmholtz—,  les  puse  estos  versos  como  ejemplo,  y
                  ellos me denunciaron al Principal.
                        —No  me  sorprende  —dijo  Bernard—.  Van  en  contra  de  todas  las
                  enseñanzas  hipnopédicas.  Recuerda  que  han  recibido  al  menos  doscientas
                  cincuenta mil advertencias contra la soledad.
                        —Lo sé. Pero pensé que me gustaría ver qué efecto producía.
                        —Bueno, pues ya lo has visto.
                        Bernard  pensó  que,  a  pesar  de  todos  sus  problemas,  Helmoltz  parecía
                  intensamente feliz.
                        Helmholtz y el Salvaje hicieron buenas migas inmediatamente. Y con tal
                  cordialidad  que  Bernard  sintió  el  mordisco  de  los  celos.  En  todas  aquellas
                  semanas no había logrado intimar con el Salvaje tanto como lo logró Helmholtz
                  inmediatamente.  Mirándoles,  oyéndoles  hablar,  más  de  una  vez  deseó  no
                  haberles presentado. Sus celos le avergonzaban y hacía esfuerzos y tomaba soma
                  para librarse de ellos. Pero sus esfuerzos resultaban inútiles; y las vacaciones de
                  soma tenían sus intervalos inevitables. El odioso sentimiento volvía a él una y
                  otra vez.
                        En su tercera entrevista con el Salvaje, Helmholtz le recitó sus versos sobre
                  la Soledad.
                        —¿Qué te parecen? —le preguntó luego.
                        El Salvaje movió la cabeza.
                        —Escucha esto —dijo por toda respuesta.
                        Y abriendo el cajón cerrado con llave donde guardaba su roído librote, lo
                  abrió y leyó:

                                Que el pájaro de voz más sonora
                                posado en el solitario árbol de Arabia
                                sea el triste heraldo y trompeta…

                        Helmholtz  lo  escuchaba  con  creciente  excitación.  Al  oír  lo  del  «solitario
                  árbol de Arabia» se sobresaltó; tras lo de «tú, estridente heraldo» sonrió con
                  súbito  placer;  ante  el  verso  «toda  ave  de  ala  tiránica»  sus  mejillas  se
                  arrebolaron; pero al oír lo de «música mortuoria» palideció y tembló con una
                  emoción que jamás había sentido hasta entonces.
                        El Salvaje siguió leyendo.


                                La propiedad se asustó
                                al ver que el yo no era ya el mismo;
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