Page 68 - El Príncipe
P. 68
Los príncipes, sobre todo los nuevos, han hallado más consecuencia y
más utilidad en aquellos que al principio de su gobierno les eran
sospechosos que en aquellos en quienes confiaban. Pandolfo Petrucci,
príncipe de Siena, gobernaba su Estado más con los que le habían sido
sospechosos que con los otros. Pero de este punto no se pueden extraer
conclusiones generales porque varían según el caso. Sólo diré esto: que los
hombres que al principio de un reinado han sido enemigos, si su carácter es
tal que para continuar la lucha necesitan apoyo ajeno, el príncipe podrá
siempre y muy fácilmente conquistarlos a su causa; y lo servirán con tanta
más fidelidad cuanto que saben que les es preciso borrar con buenas obras
la mala opinión en que se los tenía; y así el príncipe saca de ellos más
provecho que de los que, por serle demasiado fieles, descuidan sus
obligaciones.
Y puesto que el tema lo exige, no dejaré de recordar al príncipe que
adquiera un Estado nuevo mediante la ayuda de los ciudadanos que
examine bien el motivo que impulsó a éstos a favorecerlo, porque si no so
trata de afecto natural, sino de descontento con la situación anterior del
Estado, difícil y fatigosamente podrá conservar su amistad, pues tampoco él
podrá contentarlos. Con los ejemplos que los hechos antiguos y modernos
proporcionan, medítese serenamente en la razón de todo esto, y se verá que
es más fácil conquistar la amistad de los enemigos, que lo son porque
estaban satisfechos con el gobierno anterior, que 1a de los que, por estar
descontentos, se hicieron amigos del nuevo príncipe y lo ayudaron a
conquistar el Estado.
Los príncipes, para conservarse más seguramente en el poder,
acostumbraron construir fortalezas que fuesen rienda y freno para quienes
se atreviesen a obrar en su contra, y refugio seguro para ellos en caso de un
ataque imprevisto. Alabo esta costumbre de los antiguos. Pero repárese en
que en estos tiempos se ha visto a Nicolás Vitelli arrasar dos fortalezas en
Cittá di Castello para conservar la plaza. Guido Ubaldo, duque de Urbino,
al volver a sus Estados de donde lo arrojó César Borgia, destruyó hasta los
cimientos todas las fortalezas de aquella provincia, convencido de que sin
ellas sería más difícil arrebatarle el Estado. Lo mismo hicieron los
Bentivoglio al volver a Bolonia. Por consiguiente, las fortalezas pueden ser
útiles o no según los casos, pues si en unas ocasiones favorecen, en otras
perjudican. Podría resolverse la cuestión de esta manera: el príncipe que
teme más al pueblo que a los extranjeros debe construir fortalezas; pero el