Page 66 - El Príncipe
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                Capítulo


                Si las fortalezas, y muchas otras cosas que los

                príncipes hacen con frecuencia son útiles o no



                Hubo príncipes que, para conservar sin inquietudes el Estado, desarmaron a
                sus súbditos; príncipes que dividieron los territorios conquistados; príncipes
                que favorecieron a sus mismos enemigos; príncipes que se esforzaron por

                atraerse a aquellos que les inspiraban recelos al comienzo de su gobierno;
                príncipes, en fin, que construyeron fortalezas, y príncipes que las arrasaron.
                Y aunque sobre todas estas cosas no se pueda dictar sentencia sin conocer
                las características del Estado donde habría de tomarse semejante resolución,
                hablaré, sin embargo, del modo más amplio que la materia permita.
                   Nunca sucedió que un príncipe nuevo desarmase a sus súbditos; por el
                contrario, los armó cada vez que los encontró desarmados. De este modo,

                las armas del pueblo se convirtieron en las del príncipe, los que recelaban se
                hicieron  fieles,  los  fieles  continuaron  siéndolo  y  los  súbditos  se  hicieron
                partidarios. Pero como no es posible armar a todos los súbditos, resultan
                favorecidos  aquellos  a  quienes  el  príncipe  arma,  y  se  puede  vivir  más
                tranquilo con respecto a los demás; por esta distinción, de que se reconocen
                deudores al príncipe, los primeros se consideran más obligados a él, y los

                otros  lo  disculpan  comprendiendo  que  es  preciso  que  gocen  de  más
                beneficios los que tienen más deberes y se exponen a más peligros. Pero
                cuando  se  los  desarma,  se  empieza  por  ofenderlos,  puesto  que  se  les
                demuestra que, por cobardía o desconfianza, se tiene poca fe en su lealtad; y
                cualquiera de estas dos opiniones engendra odio contra el príncipe. Y como
                el príncipe no puede quedar desarmado, es forzoso que recurra a las milicias
                mercenarias,  de  cuyos  defectos  ya  he  hablado;  pero  aun  cuando  sólo

                tuviesen  virtudes,  no  pueden  ser  tantas  como  para  defenderlo  de  los
                enemigos  poderosos  y  de  los  súbditos  descontentos.  Por  eso,  como  he
                dicho, un príncipe nuevo en un principado nuevo no ha dejado nunca de
                organizar  su  ejército  según  lo  prueban  los  ejemplos  de  que  está  llena  la
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