Page 64 - El Príncipe
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imperio,  una  vez  muerto  éste,  a  Maximano,  hombre  de  espíritu
                extraordinariamente belicoso, que no se conservó en el poder mucho tiempo
                porque hubo dos cosas que lo hicieron odioso y despreciable: la primera, su

                baja condición, pues nadie ignoraba que había sido pastor en Tracia, y esto
                producía universal disgusto; la otra, su fama de sanguinario; había diferido
                su marcha a Roma para tomar posesión del mando, y en el intervalo, había
                cometido, en Roma y en todas partes del imperio, por  intermedio de sus
                prefectos, un sin fin de depredaciones. Menospreciado por la bajeza de su
                origen y odiado por el temor a su ferocidad, era natural que todo el mundo
                se sintiese inquieto y, en consecuencia, que el África se rebelase y que el

                Senado y luego el pueblo de Roma y toda Italia conspirasen contra él. Su
                propio ejército, mientras sitiaba a Aquilea sin poder tomarla, cansado de sus
                crueldades  y  temiéndolo  menos  al  verlo  rodeado  de  tantos  enemigos,  se
                plegó al movimiento y lo mató.
                   No quiero referirme a Heliogábalo, Macrino y Juliano. que, por ser harto
                despreciables,  tuvieron  pronto  fin,  y  atenderé  a  las  conclusiones  de  este

                discurso. Los príncipes actuales no se encuentran ante la dificultad de tener
                que satisfacer en forma desmedida a los soldados; pues aunque haya que
                tratarlos con consideración, el caso es menos grave dado que estos príncipes
                no tienen ejércitos propios, vinculados estrechamente con los gobiernos y
                las  administraciones  provinciales,  como  estaban  los  ejércitos  del  Imperio
                Romano. Y si entonces había que inclinarse a satisfacer a los soldados antes
                que al pueblo, se explica, porque los soldados eran más poderosos que el

                pueblo; mientras que ahora todos los príncipes, salvo el Turco y el Sultán.
                tienen que satisfacer antes al pueblo que a los soldados, porque aquél puede
                más que éstos. Excepto al Turco, que, por estar siempre rodeado por doce
                mil infantes y quince mil jinetes, de los cuales dependen la seguridad y la
                fuerza del reino, necesita posponer toda otra preocupación a la de conservar
                la amistad de las tropas. Del mismo modo, conviene que el Sultán, cuyo

                reino  está  por  completo  en  manos  del  ejército,  conserve  las  simpatías  de
                éste  sin  tener  consideraciones  para  con  el  pueblo.  Y  adviértase  que  este
                Estado del Sultán es muy distinto de todos los principados y sólo parecido
                al pontificado cristiano, al que no puede llamársele principado hereditario ni
                principado nuevo, porque no son los hijos del príncipe viejo los herederos y
                futuros  príncipes,  sino  el  elegido  para  ese  puesto  por  los  que  tienen
                autoridad.. Y como se trata de una institución antigua, no le corresponde el

                nombre  de  principado  nuevo,  aparte  de  que  no  se  encuentran  en  él  los
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