Page 59 - El Príncipe
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espartano Nabis. En lo que se refiere a los súbditos, y a pesar de que no
exista amenaza extranjera alguna, ha de cuidar que no conspiren
secretamente; pero de este peligro puede asegurarse evitando que lo odien o
lo desprecien y, como ya antes he repetido, empeñándose por todos los
medios en tener satisfecho al pueblo. Porque el no ser odiado por el pueblo
es uno de los remedios más eficaces de que dispone un príncipe contra las
conjuraciones. El conspirador siempre cree que el pueblo quedará contento
con la muerte del príncipe, y jamás, si sospecha que se producirá el efecto
contrario, se decide a tomar semejante partido, pues son infinitos los
peligros que corre el que conspira. La experiencia nos demuestra que hubo
muchísimas conspiraciones y que muy pocas tuvieron éxito. Porque el que
conspira no puede obrar solo ni buscar la complicidad de los que no cree
descontentos; y no hay descontento que no se regocije en cuanto le hayas
confesado tus propósitos, porque de la revelación de tu secreto puede
esperar toda clase de beneficios; es preciso que, sea muy amigo tuyo o
enconado enemigo del príncipe para que, al hallar en una parte ganancias
seguras y en la otra dudosas y llenas de peligro, te sea leal. Y para reducir el
problema a sus últimos términos, declaro que de parte del conspirador sólo
hay recelos, sospechas y temor al castigo, mientras que el príncipe cuenta
con la majestad del principado, con las leyes y con la ayuda de los amigos,
de tal manera que, si se ha granjeado la simpatía popular, es imposible que
haya alguien que sea tan temerario como para conspirar. Pues si un
conspirador está por lo común rodeado de peligros antes de consumar el
hecho, lo estará aún más después de ejecutarlo, porque no encontrará
amparo en ninguna parte.
Sobre este particular podrían citarse innumerables ejemplos; pero me
daré por satisfecho con mencionar uno que pertenece a la época de nuestros
padres. Micer Aníbal Bentivoglio, abuelo del actual micer Aníbal, que era
príncipe de Bolonia, fue asesinado por los Canneschi, que se había
conjurado contra él, no quedando de los suyos más que micer Juan, que era
una criatura. Inmediatamente después de semejante crimen se sublevó el
pueblo y exterminó a todos los Canneschi. Esto nace de la simpatía, popular
que la casa de los Bentivoglio tenía en aquellos tiempos, y que fue tan
grande que, no quedando de ella nadie en Bolonia que pudiese, muerto
Aníbal, regir el Estado, y habiendo inicios de que en Florencia existía un
descendiente de los Bentivoglio, que se consideraba hasta entonces hijo de
cerrajero, vinieron los boloñeses en su busca a Florencia y le entregaron el