Page 41 - El Príncipe
P. 41
Y ya que estos ejemplos me han conducido a referirme a Italia,
estudiemos la historia de las tropas mercenarias que durante tantos años la
gobernaron, y remontándonos a los tiempos más antiguos, para que, vistos
su origen y sus progresos, puedan corregirse mejor los errores.
Es de saber que, en épocas no recientes, cuando el emperador empezó a
ser arrojado de Italia y el poder temporal del papa acrecentarse, Italia se
dividió en gran número de Estados; porque muchas de las grandes ciudades
tomaron las armas contra sus señores, que, favorecidos antes por el
emperador, las tenían avasalladas; y el papa, para beneficiarse, ayudó en
cuanto pudo a esas rebeliones. De donde Italia pasó casi por entero a las
manos de la Iglesia y de varias repúblicas -pues algunas de las ciudades
habían nombrado príncipes a sus ciudadanos—; y como estos sacerdotes y
estos ciudadanos no conocían el arte de la guerra, empezaron a tomar
extranjeros a sueldo. El primero que dio reputación a estas milicias fue
Alberico de Conio, de la Romaña, a cuya escuela pertenecen, entre otros,
Braccio y Sforza, que en sus tiempos fueron árbitros de Italia. Tras ellos
vinieron todos los que hasta nuestros tiempos han dirigido esas tropas. Y el
resultado de su virtud lo hallamos en esto: que Italia fue recorrida
libremente por Carlos, saqueada por Luis, violada por Fernando e insultada
por los suizos. El. método que estos capitanes siguieron para adquirir
reputación fue primero el de quitarle importancia a la infantería. Y lo
hicieron porque, no poseyendo tierras y teniendo que vivir de su industria,
con pocos infantes no pedían imponerse y les era imposible alimentar a
muchos, mientras que, con un número reducido de jinetes, se veían
honrados sin que fuese un problema el proveer a su sustentación. Las cosas
habían llegado a tal extremo, que en un ejército de veinte mil hombres no
había dos mil infantes. Por otra parte, se habían ingeniado para ahorrarse y
ahorrar a sus soldados la fatiga y el miedo con la consigna de no matar en
las refriegas, sino tomar prisioneros, sin degollarlos. No asaltaban de noche
las ciudades, ni los campesinos atacaban las tiendas; no levantaban
empalizadas ni abrían fosos alrededor del campamento, ni vivían en él
durante el invierno. Todas estas cosas, permitidas por sus códigos militares,
las inventaron ellos, como he dicho, para evitarse fatigas y peligros. Y con
ellas condujeron a Italia a la esclavitud y a la deshonra.