Page 40 - El Príncipe
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venecianos  extendieron  sus  dominios  gracias  a  esas  milicias,  y  si  sus
                capitanes los defendieron en vez de someterlos, se debe exclusivamente a la
                suerte;  porque  de  aquellos  capitanes  a  los  que  podían  temer,  unos  no

                vencieron nunca, otros encontraron oposición y los últimos orientaron sus
                ambiciones hacia otra parte. En el número de los primeros se contó Juan
                Aucut,  cuya  fidelidad  mal  podía  conocerse  cuando  nunca  obtuvo  una
                victoria., pero nadie dejará de reconocer que, si hubiese triunfado, quedaban
                los florentinos librados a su discreción. Francisco Sforza tuvo siempre por
                adversario a los Bracceschi, y se vigilaron mutuamente; al fin, Francisco
                volvió sus miras hacia la Lombardía, y Braccio hacia la Iglesia y el reino de

                Nápoles.
                   Pero atendamos a lo que ha sucedido hace poco tiempo. Los florentinos
                nombraron capitán de sus milicias a Pablo Vitelli, varón muy prudente que,
                de condición modesta, había llegado a adquirir gran fama. A haber tomado
                a  Pisa,  los  florentinos  se  hubiesen  visto  obligados  a  sostenerlo,  porque
                estaban perdidos si se pasaba a los enemigos, y si hubieran querido que se

                quedara, habrían debido obedecerle. Si se consideran los procedimientos de
                los  venecianos,  se  verá  que  obraron  con  seguridad  y  gloria  mientras
                hicieron  la  guerra  con  sus  propios  soldados,  lo  que  sucedió  antes  que
                tentaran la suerte en tierra firme, cuando contaban con nobles y plebeyos
                que defendían lo suyo; pero bastó que empezaran a combatir en tierra firme
                para  que  dejaran  aquella  virtud  y  adoptaran  las  costumbres  del  resto  de
                Italia. Al principio de sus empresas por tierra firme, nada tenían que temer

                de sus capitanes, así por lo reducido del Estado como por la gran reputación
                de  que  gozaban;  pero  cuando  bajo  Carmagnola  el  territorio  se  fue
                ensanchando, notaron el error en que habían caído. Porque viendo que aquel
                hombre, cuya capacidad conocían después de haber derrotado al duque de
                Milán, hacia la guerra con tanta tibieza, comprendieron que ya nada podía
                esperarse de él, puesto que no lo quería; y dado que no podían licenciarlo,

                pues perdían lo que habían conquistado, no les quedaba otro recurso, para
                vivir  seguros,  que  matarlo.  Tuvieron  luego  por  capitanes  a  Bartolomé  de
                Bérgamo, a Roberto de San Severino, al conde de Pitigliano y a otros de
                quienes  no  tenían  que  temer  las  victorias,  sino  las  derrotas,  como  les
                sucedió luego en Vaili, donde en un día perdieron lo que con tanto esfuerzo
                habían  conquistado  en  ochocientos  años.  Porque  estas  milicias,  o  traen
                lentas, tardías y mezquinas adquisiciones, o súbitas y fabulosas pérdidas.
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