Page 33 - El Príncipe
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do un simple ciudadano que confía en cl pueblo como si el pueblo tuviese el
deber de liberarlo cuando los enemigos o las autoridades lo oprimen. Quien
así lo interpretara se engañaría a menudo, como los Gracos en Roma y
Jorge Scali en Florencia. Pero si es un príncipe quien confía en él, y un
príncipe valiente que sabe mandar, que no se acobarda en la adversidad y
mantiene con su ánimo y sus medidas el ánimo de todo su pueblo, no sólo
no se verá nunca defraudado, sino que se felicitará de haber depositado en
él su confianza.
Estos principados peligran, por lo general, cuando quieren pasar de
principado civil a principado absoluto; pues estos príncipes gobiernan por sí
mismos o por intermedio de magistrados. En el último caso, su permanencia
es más insegura y peligrosa, porque depende de la voluntad de los
ciudadanos que ocupan el cargo de magistrados, los cuales, y sobre todo en,
épocas adversas, pueden arrebatarle muy fácilmente el poder, ya dejando de
obedecerle, ya sublevando al pueblo contra ellos. Y el príncipe, rodeado de
peligros, no tiene tiempo para asumir la autoridad absoluta, ya que los
ciudadanos y los súbditos, acostumbrados a recibir órdenes nada más que
de los magistrados, no están en semejantes trances dispuestos a obedecer las
suyas. Y no encontrará nunca, en los tiempos dudosos, gentes en quien
poder confiar, puesto que tales príncipes no pueden tomar como ejemplo lo
que sucede en tiempos normales, cuando los ciudadanos tienen necesidad
del Estado, y corren y prometen y quieren morir por él, porque la muerte
está lejana; pero en los tiempos adversos, cuando el Estado tiene necesidad
de los ciudadanos, hay pocos que quieran acudir en su ayuda. Y esta
experiencia es tanto más peligrosa cuanto que no puede intentarse sino una
vez. Por ello, un príncipe hábil debe hallar una manera por la cual sus
ciudadanos siempre y en toda ocasión tengan necesidad del Estado y de él.
Y así le serán siempre fieles.