Page 28 - El Príncipe
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sus  posesiones  del  África  y  a  dejarle  la  Sicilia.  Quien  estudie,  pues,  las
                acciones de Agátocles y juzgue sus méritos muy poco o nada encontrará
                que pueda atribuir a la suerte; no adquirió la soberanía por el favor de nadie,

                como he dicho más arriba, sino merced a sus grados militares, que se había
                ganado a costa de mil sacrificios y peligros; y se mantuvo en mérito a sus
                enérgicas y temerarias medidas. Verdad que no se puede llamar virtud el
                matar a los conciudadanos, el traicionar a los amigos y el carecer de fe, de
                piedad y de religión, con cuyos medios se puede adquirir poder, pero no
                gloria.  Pero  si  se  examinan  el  valor  de  Agátocles  al  arrastrar  y  salir
                triunfante de los peligros y su grandeza de alma para soportar y vencer los

                acontecimientos  adversos,  no  se  explica  uno  por  qué  tiene  que  ser
                considerado inferior a los capitanes más famosos. Sin embargo, su falta de
                humanidad, sus crueldades y maldades sin número, no consienten que se lo
                coloque entre los hombres ilustres. No se puede, pues, atribuir a la fortuna o
                a la virtud lo que consiguió sin la ayuda de una ni de la otra.
                   En  nuestros  tiempos,  bajo  el  papa  Alejandro  VI,  Oliverotto  da  Fermo,

                huérfano  desde  corta  edad,  fue  educado  por  uno  de  sus  tios  maternos,
                llamado Juan Fogliani, y confiado después, en su primera juventud, a Pablo
                Vitelli, a fin de que llegase, gracias a sus enseñanzas, a ocupar un grado
                elevado  en  las  armas.  Muerto  Pablo,  pasó  a  militar  bajo  Vitellozzo,  su
                hermano., y en poco tiempo, como era inteligente y de espíritu y cuerpo
                gallardos,  se  convirtió  en  el  primer  hombre  de  su  ejército.  Pero  como  le
                pareció  indigno  servir  a  los  demás,  pensó  apoderarse  de  Fermo  con  el

                consentimiento de Vitellozzo y la ayuda de algunos habitantes de la ciudad
                a quienes era más cara la esclavitud que la libertad de su patria. Escribió a
                Juan Fogliani diciéndole que, luego de tantos años de ausencia, deseaba ver
                de nuevo a su patria y a él, y, en parte, también conocer el estado de su
                patrimonio; y que, como no  se  había fatigado sino por  conquistar gloria,
                quería, para demostrar a sus compatriotas que no había perdido el tiempo,

                entrar con todos los honores y acompañado por cien caballeros, amigos y
                servidores  suyos.  Rogábale,  pues,  que  tratase  de  que  los  ciudadanos  de
                Fermo lo acogiesen de un modo honroso, que con ello no sólo lo honraba a
                él, sino que se honraba a sí mismo, ya que había sido su maestro. No olvidó
                Juan  ninguno  de  los  honores  debidos  a  su  sobrino,  y  lo  hizo  recibir
                dignamente por los ciudadanos de Fermo, en cuyas casas se alojó con su
                comitiva. Transcurridos algunos días, y preparado todo cuanto era necesario

                para  su  premeditado  crimen,  Oliverotto  dio  un  banquete  solemne  al  que
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