Page 29 - El Príncipe
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invitó a Juan Fogliani y a los principales hombres de Ferno. Después de
consumir los manjares y de concluir con los entretenimientos que son de
use en tales ocasiones, Oliverotto, deliberadamente, hizo recaer la
conversación, dando ciertos peligrosos argumentos, sobre la grandeza y los
actos del papa Alejandro y de César, su hijo; y come a esos argumentos
contestaron Juan y los otros, se levantó de pronto diciendo que convenía
hablar de semejantes temas en lugar más seguro, y se retiró a una habitación
a la cual lo siguieron Juan y los demás ciudadanos. Y aún éstos no habían
tomado asiento cuando de algunos escondrijos salieron soldados que dieron
muerte a Juan y a todos los demás. Consumado el crimen, montó Oliverotto
a caballo, atravesó la ciudad y sitió en su palacio al magistrado supremo.
Los ciudadanos no tuvieron entonces más remedio que someterse y
constituir un gobierno del cual Oliverotto se hizo nombrar jefe. Muertos
todos los que hubieran podido significar un peligro para él, se preocupó por
reforzar su poder con nuevas leyes civiles y militares, de manera que,
durante el año que gobernó, no sólo estuvo seguro en Fermo, sino que se
hizo temer por todos los vecinos. Y habría sido tan difícil de derrocar como
Agátocles si no se hubiese dejado engañar por César Borgia y prender, junto
con los Orsini y los Vitelli, en Sinigaglia, donde, un año después de su
parricidio, fue estrangulado en compañía de Vitellozzo, su maestro en
hazañas y crimenes.
Podría alguien preguntarse a qué se debe que, mientras Agátocles y otros
de su calaña, a pesar de sus traiciones y rigores sin número, pudieron vivir
durante mucho tiempo y a cubierto de su patria, sin temer conspiraciones, y
pudieron a la vez defenderse de los enemigos de afuera, otros, en cambio,
no sólo mediante medidas tan extremas no lograron conservar su Estado en
épocas dudosas de guerra, sino tampoco en tiempos de paz. Creo que
depende del bueno o mal uso que se hace de la crueldad. Llamaría bien
empleadas a las crueldades (si a lo malo se lo puede llamar bueno) cuando
se aplican de una sola vez por absoluta necesidad de asegurarse, y cuando
no se insiste en ellas, sino, por el contrario, se trata de que las primeras se
vuelvan todo lo beneficiosas posible para los súbditos. Mal empleadas son
las que, aunque poco graves al principio, con el tiempo antes crecen que se
extinguen. Los que observan el primero de estos procedimientos pueden,
como Agátocles, con ]a ayuda de Dios y de los hombres, poner, algún
remedio a su situación, los otros es imposible que se conserven en sus
Estados. De donde se concluye que, al apoderarse de un Estado, todo