Page 23 - El Príncipe
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vio batirse con frialdad. En lo que respecta al rey, descubrió sus intenciones
                cuando, ya dueño del ducado de Urbino, se vio obligado a renunciar a la
                conquista de Toscana por su intervención. Y entonces decidió no depender

                más de la fortuna y las armas ajenas. Lo primero que hizo fue debilitar a los
                Orsini y a los Colonna en Roma, ganándose a su causa a cuantos nobles les
                eran adictos, a los cuales señaló crecidos sueldos y honró de acuerdo con
                sus méritos con mandos y administraciones, de modo que en pocos meses el
                afecto que tenían por aquéllos se volvió por entero hacia el duque. Después
                de  lo  cual,  y  dispersado  que,  hubo  a  los  Colonna,  esperó  la  ocasión  de
                terminar  con  los  Orsini.  Oportunidad  que  se  presentó  bien  y  que  él

                aprovechó  mejor.  Los  Orsini,  que  muy  tarde  habían  comprendido  que  la
                grandeza  del  duque  y  de  la  Iglesia  generaba  su  ruina,  celebraron  una
                reunión  en  Magione,  en  el  territorio  de  Perusa,  de  la  que  nacieron  la
                rebelión de Urbino, los tumultos de Romaña y los infinitos peligros por los
                cuales atravesó el duque; pero éste supo conjurar todo con la ayuda de los
                franceses. Y restaurada su autoridad, el duque, que no podía fiarse do los

                franceses  ni  de  los  demás  fuerzas  extranjeras,  y  que  no  se  atrevía  a
                desafiarlas, recurrió a la astucia; y supo disimular tan bien sus propósitos,
                que los Orsini, por intermedio del señor Paulo -a quien el duque colmó de
                favores  para  conquistarlo,  sin  escatimarle  dinero,  trajes  ni  caballos-,  se
                reconciliaron inmediatamente, hasta tal punto, que su candidez los llevó a
                caer  en  sus  manos  en  Sinigaglia.  Exterminados,  pues,  estos  jefes  y
                convertidos  los  partidarios  de  ellos  en  amigos  suyos,  el  duque  tenia

                construidos sólidos cimientos para su poder futuro, máxime cuando poseía
                toda la Romaña y el ducado de Urbino y cuando se había ganado la buena
                voluntad de esos pueblos, a los cuales empezaba a gustar el bienestar de su
                gobierno.
                   Y  porque  esta  parte  es  digna  de  mención  y  de  ser  imitada  por  otros,
                conviene  no  pasarla  por  alto.  Cuando  el  duque  se  encontró  con  que  la

                Romaña  conquistada  estaba  bajo  el  mando  de  señores  ineptos  que  antes
                despojaban a sus súbditos que los gobernaban, y que más les daban motivos
                de desunión que de unión, por lo cual se sucedían continuamente los robos,
                las riñas y toda clase de desórdenes, juzgó necesario, si se quería pacificarla
                y volverla dócil a la voluntad del príncipe, dotarla de un gobierno severo.
                Eligió  para  esta  misión  a  Ramiro  de  Orco,  hombre  cruel  y  expeditivo,  a
                quien  dio  plenos  poderes.  En  poco  tiempo  impuso  éste  su  autoridad,

                restableciendo la paz y la unión. Juzgó entonces el duque innecesaria tan
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