Page 22 - El Príncipe
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adquirió el Estado con la fortuna de su padre, y con la de éste lo perdió, a
pesar de haber empleado todos los medios imaginables y de haber hecho
todo lo que un hombre prudente y hábil debe hacer para arraigar en un
Estado que se ha obtenido con armas y apoyo ajenos. Porque, como ya he
dicho, el que no coloca los cimientos con anticipación podría colocarlos
luego si tiene talento, aun con riesgo de disgustar al arquitecto y de hacer
peligrar el edificio. Si se examinan los progresos del duque, se verá que ya
había echado las bases para su futura grandeza; y creo que no es superfluo
hablar de ello, porque no sabría qué mejores consejos dar a un príncipe
nuevo que el ejemplo de las medidas tomadas por él. Que si no le dieron el
resultado apetecido, no fue culpa suya, sino producto de un extraordinario y
extremado rigor de la suerte.
Para hacer poderoso al duque, su hijo, tenía Alejandro VI que luchar
contra grandes dificultades presentes y futuras. En primer lugar, no veía
manera de hacerlo señor de algún Estado que no fuese de la Iglesia; y sabía,
por otra parte, que ni el duque de Milán ni los venecianos le consentirían
que desmembrase los territorios de la Iglesia, porque ya Faenza y Rímini
estaban bajo la protección de los venecianos. Y después veía que los
ejércitos de Italia, y especialmente aquellos de los que hubiera podido
servirse, estaban en manos de quienes debían temer el engrandecimiento del
papa; y mal podía fiarse de tropas mandadas por los Orsini, los Colonna y
sus aliados. Era, pues, necesario remover aquel estado de cosas y
desorganizar aquellos territorios para apoderarse sin riesgos de una parte de
ellos. Lo que le fue fácil, porque los venecianos, movidos por otras razones,
habían invitado a los franceses a volver a Italia; lo cual no sólo no impidió,
sino facilitó con la disolución del primer matrimonio del rey Luis. De suerte
que el rey entró en Italia con la ayuda de los venecianos y el consentimiento
de Alejandro. Y no había llegado aún a Milán cuando el papa obtuvo tropas
de aquél para la empresa de la Romaña, a la que nadie se opuso gracias a la
autoridad del rey. Adquirida, pues, la Romaña por el duque, y derrotados
los Colonna, se presentaban dos obstáculos que impedían conservarla y
seguir adelante. uno, sus tropas, que no le parecían adictas; el otro, la
voluntad de Francia. Temía que las tropas de los Orsini, de las cuales se
había valido, le faltasen en el momento preciso, y no sólo le impidiesen
conquistar más, sino que le arrebatasen lo conquistado; y otro tanto temía
del rey. Tuvo una prueba de lo que sospechaba de los Orsini cuando,
después de la toma de Faenza, asaltó a Bolonia, en cuyas circunstancias los