Page 49 - Pedro Páramo
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Pedro Páramo                                                                     Juan Rulfo


            sus pestañas. Una luz difusa; una luz en el  lugar  del  corazón,  en  forma  de  corazón
            pequeño que palpita como llama parpadeante. «Se te está muriendo el corazón -piensa-.
            Ya sé que vienes a contarme que murió Florencio; pero eso ya lo sé. No te aflijas por los
            demás; no te apures por mí. Yo tengo guardado mi dolor en un lugar seguro. No dejes que
            se te apague el corazón.»
               Enderezó el cuerpo y lo arrastró hasta donde estaba el padre Rentería.
               -¡Déjame consolarte con mi desconsuelo! --dijo, protegiendo la llama de la vela con sus
            manos.
               El  padre  Rentería  la dejó acercarse a él; la miró cercar con sus manos la vela
            encendida y luego juntar su cara al pabilo inflamado, hasta que el olor a carne
            chamuscada lo obligó a sacudirla, apagándola de un soplo.
               Entonces volvió la oscuridad y ella corrió a refugiarse debajo de sus sábanas.
               El padre Rentería le dijo:
               -He venido a confortarte, hija.
               -Entonces adiós, padre -contestó ella-. No vuelvas. No te necesito.
               Y oyó cuando se alejaban los pasos que siempre le dejaban una sensación de frío, de
            temblor y miedo.
               -¿Para qué vienes a verme, si estás muerto?
               El padre Rentería cerró la puerta y salió al aire de la noche.
               El viento seguía soplando.


               Un hombre al que decían el Tartamudo llegó a la Media Luna y preguntó por Pedro
            Páramo.
               -¿Para qué lo solicitas?
               -Quiero hablar cocon él.
               -No está.
               -Dile, cucuando regrese, que vengo de parte de don Fulgor.
               -Lo iré a buscar; pero aguántate unas cuantas horas.
               -Dile, es cocosa de urgencia.
               -Se lo diré.
               El hombre al que decían el Tartamudo aguardó  arriba  del  caballo.  Pasado  un  rato,
            Pedro Páramo, al que nunca había visto, se le puso enfrente:
               -¿Qué se te ofrece?
               -Necesito hablar directamente cocon el patrón.
               -Yo soy. ¿Qué quieres?
               -Pues, nanada más esto. Mataron a don Fulgor Sesedano. Yo le hacía compañía.
            Habíamos  ido  por  el  rurrumbo  de  los «vertederos» para averiguar por qué se estaba
            escaseando el agua. Y en eso andábamos cucuando vimos una manada de hombres que
            nos salieron al encuentro. Y de entre la mumultitud aquella brotó una voz que dijo: «Yo a
            ése le coconozco. Es el administrador de la Memedia Luna».


               »A mí ni me totomaron en cuenta. Pero a don Fulgor le mandaron soltar la bestia. Le
            dijeron  que  eran  revolucionarios. Que venían por las tierras de usté. "¡Cocórrale!" -le
            dijeron a don Fulgor-. "¡Vaya y dígale a su patrón que allá nos Veremos!" Y él soltó la
            cacalda, despavorido. No muy de prisa por lo pepesado que era; pero corrió. Lo mataron
            cocorriendo. Murió cocon una pata arriba y otra abajo.





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