Page 44 - Pedro Páramo
P. 44

Pedro Páramo                                                                     Juan Rulfo


               »-He repasado toda la sierra indagando el rincón donde se esconde don Bartolomé San
            Juan, hasta que he dado con él, allá, perdido en un agujero de los montes, viviendo en
            una covacha hecha de troncos, en el mero lugar donde están las minas abandonadas de
            La Andrómeda.
               Ya para entonces soplaban vientos raros. Se decía que había gente levantada en armas.
            Nos llegaban rumores. Eso fue lo que aventó a tu padre por aquí. No por él, según me dijo
            en su carta, sino por tu seguridad, quería traerte a algún lugar viviente.
               »Sentí que se abría el cielo. Tuve ánimos de correr hacia ti. De rodearte de alegría. De
            llorar. Y lloré, Susana, cuando supe que al fin regresarías.»


               -Hay pueblos que saben a desdicha. Se les conoce con sorber un poco de aire viejo y
            entumido, pobre y flaco como todo lo viejo. Éste es uno de esos pueblos, Susana.
               »Allá, de donde venimos ahora, al menos te entretenías mirando el nacimiento de las
            cosas: nubes y pájaros, el musgo, ¿te acuerdas? Aquí en cambio no sentirás sino ese olor
            amarillo y acedo que parece destilar por todas partes. Y es que éste es un pueblo
            desdichado; untado todo de desdicha.
               » Él nos ha pedido que volvamos. Nos ha prestado su casa. Nos ha dado todo lo que
            podamos necesitar. Pero no debemos estarle agradecidos. Somos infortunados por estar
            aquí, porque aquí no tendremos salvación ninguna. Lo presiento.
               »¿Sabes qué me ha pedido Pedro Páramo? Yo ya me imaginaba que esto que nos daba
            no era gratuito. Y estaba dispuesto a que se cobrara con mi trabajo, ya que teníamos que
            pagar  de  algún modo. Le detallé todo lo referente a La Andrómeda y le hice ver que
            aquello tenía posibilidades, trabajándola con método. ¿Y sabes qué me contestó? "No me
            interesa su mina, Bartolomé San Juan. Lo único que quiero de usted es a su hija. Ése ha
            sido su mejor trabajo."
               »Así que te quiere a ti, Susana. Dice que jugabas con él cuando eran niños. Que ya te
            conoce. Que llegaron a bañarse juntos en el río cuando eran niños. Yo no lo supe; de
            haberlo sabido te habría matado a cintarazos.
               -No lo dudo.
               -¿Fuiste tú la que dijiste: no lo dudo?
               -Yo lo dije.
               -¿De manera que estás dispuesta a acostarte con él?
               -Sí, Bartolomé.
               -¿No sabes que es casado y ,que ha tenido infinidad de mujeres?
               -Sí, Bartolomé.
               -No me digas Bartolomé. ¡Soy tu padre!
               Bartolomé San Juan, un minero muerto. Susana San Juan, hija de un minero muerto
            en las minas de La Andrómeda. Veía claro. «Tendré que ir allá a morir», pensó. Luego dijo:
               -Le he dicho que tú, aunque viuda, sigues viviendo con tu marido, o al menos así te
            comportas; he tratado de disuadirlo, pero se le hace torva la mirada cuando yo le hablo, y
            en cuanto sale a relucir tu nombre, cierra los ojos. Es, según yo sé, la pura maldad. Eso
            es Pedro Páramo.
               -¿Y yo quién soy?
               -Tú eres mi hija. Mía. Hija de Bartolomé San Juan.
               En  la  mente  de Susana San Juan comenzaron a caminar las ideas, primero
            lentamente, luego se detuvieron, para después echar a correr de tal modo que no alcanzó
            sino a decir:
               -No es cierto. No es cierto.



                                                           47
   39   40   41   42   43   44   45   46   47   48   49