Page 33 - El Extranjero
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Albert Camus                                               El extranjero


               una  habitación.  Había  mostrado  el  dinero.  Durante  la  noche,  la  madre  y  la  hermana  le
               habían  asesinado  a  martillazos  para  robarle  y  habían  arrojado  el  cuerpo  al  río.  Por  la
               mañana había venido la mujer y sin saberlo, había revelado la identidad del viajero. La
               madre se había ahorcado. La hermana se había arrojado a un pozo. Debo de haber leído
               esta historia miles de veces Por un lado era inverosímil; por otro, era natural. De todos
               modos, me parecía que el viajero lo había merecido en parte y que nunca se debe jugar.
                  Así pasó el tiempo, con las horas de sueño los recuerdos, la lectura del hecho policial y la
               alteración de la luz y de la sombra. Había leído que en la cárcel se concluía por perder la
               noción del tiempo. Pero no tenía mucho sentido para mí. No había comprendido hasta qué
               punto los días podían ser a la vez largos y cortos. Largos para vivirlos sin duda, pero tan
               distendidos  que  concluían  por  desbordar  unos  sobre  los  otros.  Perdían  el  nombre.  Las
               palabras ayer y mañana eran las únicas que conservaban un sentido para mí.
                  Cuando un día el guardián me dijo que estaba allí desde hacía cinco meses, le creí, pero
               no le comprendí. Para mí era el mismo día que se desarrollaba sin cesar en la celda y la
               misma tarea que proseguía. Ese día, después de la partida del guardián, me miré en el agua
               de la escudilla. Me pareció que mi imagen continuaba seria, aun cuando ensayaba sonreír.
               La agité delante de mí. Sonreí y conservó el mismo aire severo y triste. El día concluía y
               era la hora de la que no quiero hablar, la hora sin nombre, en la que los ruidos de la noche
               subían  desde  todos  los  pisos  de  la  cárcel  en  un  cortejo  de  silencio.  Me  acerqué  a  la
               claraboya y con la última luz contemplé una vez más mi imagen. Seguía siempre seria y
               nada  tenía  de  sorprendente  pues  en  ese  momento  yo  lo  estaba  también.  Pero  al  mismo
               tiempo, y por primera vez desde hacía largos meses, oí distintamente el sonido de mi voz.
               Reconocí que era la que resonaba desde hacía muchos días en mi oído y comprendí que
               durante todo ese tiempo había hablado solo Recordé entonces lo que decía la enfermera en
               el entierro de mamá. No, no había escapatoria y nadie puede imaginar lo que son las noches
               en las cárceles.





































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