Page 18 - El Extranjero
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Albert Camus                                               El extranjero





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                  Raimundo me telefoneó a la oficina. Me dijo que uno de sus amigos (a quien le había
               hablado de mí) me invitaba a pasar el día del domingo en su cabañuela, cerca de Argel.
               Contesté que me gustaría mucho ir, pero que había prometido dedicar el día a una amiga.
               Raimundo  me  dijo  en  seguida  que también  la invitaba a ella.  La mujer de su amigo se
               sentiría muy contenta de no hallarse sola en medio de un grupo de hombres.
                  Quise cortar en seguida porque sé que al patrón no le gusta que nos telefoneen de afuera.
               Pero  Raimundo  me  pidió  que  esperase  y  me  dijo  que  hubiera  podido  trasmitirme  la
               invitación por la noche, pero que quería advertirme de otra cosa. Había sido seguido todo el
               día por un grupo de árabes entre los cuales se encontraba el hermano de su antigua amante.
               «Sí lo ves cerca de casa avísame.» Dije que quedaba convenido.
                  Poco después el patrón me hizo llamar, y en el primer momento me sentí molesto porque
               pensé que iba a decirme que telefoneara menos y trabajara más. Pero no era nada de eso.
               Me declaró que iba a hablarme de un proyecto todavía muy vago. Quería solamente tener
               mi opinión sobre el asunto. Tenía la intención de instalar una oficina en París que trataría
               directamente en esa plaza sus asuntos con las grandes compañías, y quería saber si estaría
               dispuesto a ir. Ello me permitiría vivir en París y también viajar una parte del año. «Usted
               es joven y me parece que es una vida que debe de gustarle.» Dije que sí, pero que en el
               fondo me era indiferente. Me preguntó entonces si no me interesaba un cambio de vida.
               Respondí que nunca se cambia de vida, que en todo caso todas valían igual y que la mía
               aquí no me disgustaba en absoluto. Se mostró descontento, me dijo que siempre respondía
               con evasivas, que no tenía ambición y que eso era desastroso en los negocios.
                  Volví a mi trabajo. Hubiera preferido no desagradarle, pero no veía razón para cambiar
               de vida. Pensándolo bien, no me sentía desgraciado. Cuando era estudiante había tenido
               muchas  ambiciones  de  ese  género.  Pero  cuando  debí  abandonar  los  estudios comprendí
               muy rápidamente que no tenían importancia real.
                  María vino a buscarme por la tarde y me preguntó si quería casarme con ella. Dije que me
               era  indiferente  y  que  podríamos  hacerlo  si  lo quería. Entonces quiso saber si la amaba.
               Contesté como ya lo había hecho otra vez: que no significaba nada, pero que sin duda no la
               amaba. «¿Por qué, entonces, casarte conmigo?»,  dijo. Le expliqué que no tenía ninguna
               importancia y que si lo deseaba podíamos casarnos. Por otra parte era ella quien lo pedía y
               yo me contentaba con decir que sí. Observó entonces que el matrimonio era una cosa grave.
               Respondí: «No.» Calló un momento y me miró en silencio. Luego volvió a hablar. Quería
               saber simplemente si habría aceptado la misma proposición hecha por otra mujer a la que
               estuviera  ligado  de  la  misma  manera.  Dije:  «Naturalmente.»  Se  preguntó  entonces  a  sí
               misma si me quería, y yo, yo no podía saber nada sobre este punto. Tras otro momento de
               silencio murmuró que yo era extraño, que sin duda me amaba por eso mismo, pero que
               quizá  un  día  le  repugnaría  por  las  mismas  razones.  Como  callara  sin  tener  nada  que
               agregar, me tomó sonriente del brazo y declaró que quería casarse conmigo. Respondí que
               lo haríamos cuando quisiera. Le hablé entonces de la proposición del patrón, y María me
               dijo  que  le  gustaría  conocer  París.  Le  dije  que  había  vivido  allí  en  otro  tiempo  y  me
               preguntó cómo era. Le dije: «Es sucio. Hay palomas y patios oscuros. La gente tiene la piel
               blanca.»



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