Page 98 - Tokio Blues - 3ro Medio
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—Todos  los  que  la  conocieron  coinciden  en  que  era  demasiado  inteligente,  que  leía
               demasiados libros. Era cierto. Leía mucho. Después de que mi hermana muriera, leí muchos de
               los  libros  que  ella  había  dejado,  pero  era  muy  triste.  Encontraba  notas  suyas  escritas  en  los
               márgenes, flores secas entre las páginas, cartas de su novio entre las hojas de los libros. Lloré
               infinidad de veces al verlas. —Naoko volvió a enmudecer unos instantes mientras hacía girar la
               espiga de susuki—. Era una persona a la que le gustaba solucionar las cosas por sí misma. Nunca
               pedía consejo ni ayuda a nadie. No era orgullosa. Siempre actuó de la misma forma. Mis padres
               se habían acostumbrado y pensaban que no pasaba nada si la dejaban en paz. Yo solía preguntarle
               cosas,  y  mi  hermana  me  aconsejaba,  pero  ella  jamás  le  consultaba  nada  a  nadie.  Todo  lo
               solucionaba sola. Jamás se enfadaba, ni se ponía de malhumor. Ésta es la verdad. No exagero.
               Las mujeres, cuando tenemos la regla, estamos más irritables y a veces chocamos con los demás.
               Pues eso jamás le ocurría. Ella, en vez de ponerse de malhumor, se deprimía. Le sucedía una vez
               cada dos o tres meses. Se quedaba encerrada en su habitación, acostada, sin ir a clase, sin apenas
               probar  bocado.  Dejaba  la  habitación  a  oscuras,  se  quedaba  tumbada  sin  hacer  nada.  Pero  no
               estaba de malhumor.
                   »Cuando yo volvía de la escuela, me llamaba a su habitación, me pedía que me sentara a su
               lado, me preguntaba lo que había hecho durante todo el día. Nada importante. A qué había jugado
               con mis amigos, qué me había dicho el profesor, qué notas había sacado en los exámenes, este
               tipo de cosas. Me escuchaba con gran atención y me aconsejaba. Pero, en cuanto me marchaba (a
               jugar con mis amigos o a clase de ballet, por ejemplo), ella volvía a quedarse sola y se deprimía.
               Al cabo de dos días, automáticamente, se le pasaba todo e iba a la escuela contenta y feliz. Eso
               duró  unos  cuatro  años.  Al  principio,  mis  padres,  preocupados,  consultaron  a  un  médico,  pero
               como se le pasaba a los dos días, decidieron que lo mejor sería dejarla tranquila, pensando que
               aquello se solucionaría por sí mismo. Siendo ella una chica tan inteligente y tan fuerte...
                   »Después de que mi hermana muriera, una vez escuché una conversación entre mis padres.
               Hablaban  de  un  hermano  de  mi  padre  que  había  muerto  tiempo  atrás.  Por  lo  visto,  era  muy
               inteligente, pero se  encerró  en casa durante cuatro años,  de los  diecisiete a los  veintiún años,
               hasta que un día salió y se tiró a la vía del tren. Y mi padre añadió: "Debe de ser algo hereditario,
               por parte mía".
                   Mientras hablaba, sin darse cuenta, Naoko desmochó con la punta de los dedos la espiga de
               susuki, que se dispersó en el viento. Se enrolló el tallo alrededor de un dedo como si fuera una
               cuerda.
                   —Fui yo quien encontró a mi hermana muerta —prosiguió Naoko—. Ocurrió en el otoño de
               mi sexto año de primaria. En noviembre. Llovía, era un día sombrío. Ella estaba en tercero de
               bachillerato. Cuando volví de clase de piano, a las seis y media, mi madre estaba cocinando y me
               dijo que la cena ya estaba lista, que avisara a mi hermana. Subí a la planta superior, llamé a la
               puerta  de  su  habitación  y  grité:  «¡A  cenar!».  Pero  no  hubo  respuesta;  la  habitación  estaba  en
               silencio. Volví a llamar a la puerta, extrañada, y la abrí. Pensaba que estaría dormida. Pero mi
               hermana no dormía. La encontré de pie al lado de la ventana, con el cuello doblado, ligeramente
               inclinado hacia un lado, y la vista clavada en el exterior. Como si estuviera reflexionando. La
               habitación estaba a oscuras, la luz, apagada, y todo se veía borroso. La llamé: «¿Qué haces? ¡La
               cena está lista!». Al decir estas palabras, me di cuenta de que ella era más alta de lo normal—
               ¿Qué le ocurría? ¿Llevaba zapatos de tacón? ¿Se había subido a una plataforma? Me acerqué y,
               cuando me disponía a llamarla de nuevo, lo entendí todo. Había una cuerda sobre su cabeza. La
               cuerda colgaba de una viga en línea recta..., tan recta que parecía que hubiera trazado una línea
               con una regla. Mi hermana llevaba una blusa blanca..., sí, una blusa sencilla, como la que llevo
               puesta ahora..., llevaba una falda gris, y las puntas de los pies apuntaban hacia abajo, igual que en
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