Page 100 - Tokio Blues - 3ro Medio
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Durante la cena el comedor ofrecía un panorama muy parecido al del día anterior. La
atmósfera, el tono de las voces, las caras de la gente, todo era idéntico, sólo difería el menú. El
hombre de la bata blanca a quien tanto interesaba la secreción de los jugos gástricos en estado de
ingravidez se sentó con nosotros y estuvo hablando de la correlación entre el tamaño del cerebro
y la inteligencia. Mientras comíamos nuestra hamburguesa de soja, escuchamos sus explicaciones
sobre la capacidad cerebral de Bismarck y de Napoleón. Dejó su plato a un lado y, con un
bolígrafo, dibujó un cerebro en un bloc de notas. Luego se afanó en corregirlo exclamando:
—¡No, no es exacto!
Una vez lo dio por bueno, se guardó con extremo cuidado el bloc en el bolsillo de la bata
blanca e insertó el bolígrafo en el mismo bolsillo. De él asomaban tres bolígrafos, un lápiz y una
regla. Después de comer pronunció las mismas palabras que el día anterior: «Aquí el invierno
está muy bien. Vuelva usted en invierno». Acto seguido se fue.
—¿Este hombre es un médico o un paciente? —le pregunté a Reiko.
—¿A ti qué te parece?
—No tengo ni idea. Pero no me parece muy cuerdo.
—Es un médico. El doctor Miyata —explicó Naoko.
—Es el que está más loco. Puedes apostar por ello —dijo Reiko.
—Quizá, pero el señor Ōmura, el guardia de la entrada, también está muy mal de la cabeza
—añadió Naoko.
—Cierto. Ése está chiflado —asintió Reiko clavándole el tenedor al bróculi de su plato—.
Ése hace gimnasia todas las mañanas dando alaridos. Pero no es el único. Antes de que llegara
Naoko, en contabilidad había una tal señorita Kinoshita, que estaba neurótica e intentó suicidarse,
y también rondaba por aquí un enfermero, el señor Tokushima, que era alcohólico. El año pasado
empeoró hasta el punto de que lo cesaron.
—Es como si el personal de la plantilla y los pacientes pudieran intercambiarse los papeles
—dije asombrado.
—¡Exacto! —exclamó Reiko blandiendo el tenedor en el aire—. Veo que vas entendiendo
cómo funciona el mundo.
—Eso parece.
—Lo que nos hace personas normales es saber que no somos normales —reflexionó Reiko.
De vuelta en la habitación, Naoko y yo jugamos a las cartas, mientras Reiko tomó la guitarra
para interpretar a Bach.
—¿A qué hora tienes que irte mañana? —me preguntó Reiko en un descanso al tiempo que
encendía un cigarrillo.
—Después de desayunar. El autobús sale a las nueve, así llegaré a tiempo para ir a trabajar
por la noche.
—¡Qué lástima! Ojalá pudieras quedarte un poco más.
—Si estuviera aquí más tiempo, quizá querría quedarme para siempre —dije riéndome.
—Tal vez. —Reiko asintió y luego se dirigió a Naoko—: Tengo que ir a casa de los Oka a
buscar las uvas. Lo había olvidado.
—¿Quieres que te acompañe? —preguntó Naoko.
—¿Me prestas un rato a Watanabe? —sugirió Reiko.
—Por supuesto.
—Así los dos volveremos a dar un paseo nocturno. —Reiko me tomó de la mano—. Ayer
casi se lo conté todo. Esta noche llegaré hasta el final.
—Como quieras. —Naoko ahogó una risita.