Page 101 - Tokio Blues - 3ro Medio
P. 101
Fuera soplaba un viento gélido. Reiko se puso una chaqueta azul encima de la camisa y
hundió las manos en los bolsillos de los pantalones. Mientras andaba, alzó la vista hacia el cielo,
husmeó el aire como un perro.
—Huele a lluvia —comentó.
Yo también aspiré el aire, como ella, pero no percibí olor alguno. La luna se escondía tras las
nubes que surcaban el cielo.
—Cuando llevas aquí una temporada, aprendes a predecir el tiempo por el olor del aire —
dijo.
Al entrar en el bosque donde se hallaban las viviendas de los empleados de la plantilla, Reiko
me rogó que la esperara un momento, se dirigió hacia una casa y llamó al timbre. Salió una
mujer, al parecer la señora de la casa, que intercambió unas palabras con Reiko, soltó una risita,
entró en la casa y volvió a salir con una gran bolsa de plástico. Reiko le dio las gracias, le deseó
buenas noches y volvió a donde yo me encontraba.
—Me ha dado uvas. —Reiko me mostró el interior de la bolsa. Dentro había un montón de
racimos de uva—. ¿Te gustan las uvas?
—Sí, me gustan.
—Puedes comértelas, están lavadas. —Me ofreció el racimo de encima.
Mientras andaba, comí los granos y escupí al suelo los hollejos y las semillas. La uva estaba
muy sabrosa. Reiko también comió.
—Doy clases de piano al niño de la casa —me explicó—. Y ellos, en vez de pagarme, me
dan muchas cosas. El vino del otro día, sin ir más lejos. También les pido que me compren
alguna cosilla en la ciudad.
—Me gustaría saber cómo continúa la historia de ayer —dije.
—Si cada noche volvemos tarde a casa, Naoko empezará a sospechar de nosotros.
—Aun así, me gustaría escuchar tu historia.
—¡Entendido! Hablemos a cubierto. Hoy hace frío.
Torcimos a la izquierda antes de llegar a las pistas de tenis, bajamos una escalera estrecha y
llegamos a un lugar donde se alineaban unos pequeños almacenes en forma de casas. Abrió la
puerta del primer cobertizo, entró y encendió la luz.
—Adelante. Está casi vacío —dijo Reiko.
Dentro del almacén había esquís para carreras de fondo, palos de esquí y botas, alineados en
fila, y en el suelo vi amontonados varios utensilios para quitar la nieve y unos sacos de productos
químicos para deshacerla.
—Hace tiempo solía venir aquí cuando quería estar sola y tocar la guitarra. Es un sitio
agradable, ¿no crees?
Reiko se sentó encima de un saco de productos químicos y me dijo que tomara asiento a su
lado. Así lo hice.
—Esto se llenará de humo. ¿Te molesta que fume?
—No.
—No puedo dejarlo. Otras cosas sí, pero esto... —Reiko hizo una mueca.
Fumó con fruición. He visto a poca gente que fume con tanto gusto como Reiko. Yo,
mientras tanto, comía uvas pelando un grano tras otro, y tiré los hollejos y las semillas dentro de
un tetrabrik que usamos a modo de cubo de la basura.
—¿Hasta dónde te conté ayer? —preguntó Reiko.
—Hasta cuando, una noche de tormenta, tuviste que escalar un abrupto precipicio para buscar
un nido de golondrinas escondido entre las rocas —le recordé.