Page 103 - Tokio Blues - 3ro Medio
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Es una tragedia. En fin, yo también tenía todos los puntos para acabar así, pero, afortunadamente,
               mi profesor era muy severo e impidió la catástrofe.
                   »Con todo, enseñar a aquella chica era divertido, como correr por la autopista montada en un
               coche deportivo de lujo. Un coche que respondía de inmediato  a  cualquier estímulo.  A veces
               incluso demasiado. El truco para lograr enseñar a estos niños estriba en no alabarlos en exceso.
               Están acostumbrados a recibir elogios desde pequeños y no los aprecian. Basta con una alabanza
               justa en el momento preciso. Y en no presionarlos. Dejarlos elegir y hacer que se detengan en un
               punto y reflexionen. No dejarlos pasar enseguida al estadio siguiente. Eso es todo lo que hay que
               hacer. Y si se hace funciona. —Reiko tiró la colilla al suelo y la apago de un pisotón. Después
               respiró hondo como si quisiera calmar sus emociones—. Al acabar la clase, tomábamos algo y
               charlábamos. En ocasiones le tocaba algo de jazz. Así toca Bud Powell, así Thelonious Monk...
               Aunque, normalmente, hablaba ella. También conversando era buena. Captaba mi atención de
               inmediato.
                   »Tal como te conté ayer, creo que la mayoría de las cosas que decía eran embustes, pero
               tenían interés. Era una chica muy observadora, se expresaba con corrección, poseía cierta malicia
               y sentido del humor, despertaba las emociones de la gente. Ante todo, era buena desatando las
               emociones de la gente, conmoviendo a los demás. Y ella era consciente de esta capacidad y la
               utilizaba de la manera más hábil y efectiva posible. Sabía cómo dar rienda suelta a las emociones
               de la gente y provocar el enfado, la tristeza, la compasión, el desaliento, la alegría. Y, midiendo
               sus fuerzas, manipulaba los sentimientos ajenos.
                   »Por supuesto, también esto lo comprendí más tarde. Entonces no lo sabía. —Reiko sacudió
               la cabeza y comió varios granos de uva—. La chica estaba enferma —añadió—. Tenía una de
               esas  enfermedades  que  recuerdan  el  efecto  de  una  manzana  podrida  que  va  estropeando  las
               manzanas que tiene a su alrededor. Una enfermedad que nadie puede curar. Podía llegar a dar
               lástima. A mí también me la daría si no me hubiera convertido en su víctima. Ella misma era una
               víctima. —Reiko se entretuvo comiendo uvas. Parecía estar pensando en cómo debía proseguir—
               . Durante medio año me divertí mucho dándole clases. De vez en cuando algo me sorprendía o
               me chocaba, sin saber muy bien por qué. A veces me horrorizaba al darme cuenta, mientras la
               escuchaba, de lo irracional y absurdo que era el odio que sentía hacia alguien. Otras, pensaba que
               aquella  chica  era  demasiado  lista.  Quién  sabe  en  qué  estaba  pensando.  Pero  todos  tenemos
               defectos, ¿no es así? Y yo era una profesora de piano; no me competía decir qué era lo correcto
               en  cuestiones  de  humanidad  o  carácter.  Con  tal  de  que  ella  progresara,  debía  darme  por
               satisfecha. Además, ella a mí me gustaba mucho, la verdad.
                   »Sin  embargo, opté  por  no hablarle de cuestiones  personales. Porque, instintivamente, me
               había dado cuenta de que era mejor no hacerlo. De modo que, aunque ella me preguntaba esto y
               lo otro (parecía querer saberlo todo sobre mí), yo no le contaba más que nimiedades: qué clase de
               educación había recibido de niña, a qué escuela había ido, cosas por el estilo. "Quiero conocerla
               mejor", me decía. "No hay mucho que contar", le respondía. "Mi vida no es muy interesante.
               Tengo un marido y una hija. Me agobian las tareas domésticas." "Usted me gusta mucho", me
               soltaba clavándome la mirada. Como si me implorara. Cuando me miraba así, me daba un vuelco
               el corazón. Y no porque me molestara. Con todo, no le explicaba más que lo necesario.
                   »Un día, creo que era en mayo, la chica me espetó a media clase que se encontraba mal. Al
               observarla,  vi  que  estaba  muy  pálida,  sudorosa.  "¿Quieres  irte  a  casa?",  le  pregunté.  Me
               respondió que no, que si se tendía un rato se le pasaría. Le sugerí que se acostara en mi cama y la
               llevé, casi en brazos, a mi dormitorio. El sofá de mi casa era muy pequeño y no tuve más remedio
               que tenderla en mi cama. Ella rogó que la perdonara por ocasionarme tantas molestias; yo repuse
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