Page 94 - Tokio Blues - 3ro Medio
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—Hola.
                   Mientras las tres mujeres charlaban, estuve acariciando la cabeza del perro, tendido bajo la
               mesa. Tenía, efectivamente, el cuello corto y musculoso de un perro viejo. Cuando le rascaba los
               lugares endurecidos, el perro cerraba los ojos Y jadeaba, complacido.
                   —¿Cómo se llama? —le pregunté a la chica de la tienda.
                   —Pepe.
                   —¡Pepe! —Lo llamé, pero no se movió.
                   —Es sordo. Si no le hablas más alto, no te oye —explicó la chica.
                   —¡¡Pepe!! —le grité, y entonces el perro abrió los ojos, se incorporó y ladró.
                   —¡Guapo!  ¡Ya  está!  Duerme  tranquilo  y  vive  muchos  años  —exclamó  la  chica,  y  Pepe
               volvió a tenderse a mis pies.
                   Naoko y Reiko pidieron un granizado de leche; yo, una cerveza. Reiko le dijo a la camarera
               que pusiera la radio, y ella enchufó el amplificador y sintonizó una emisora de FM. Sonaron los
               Blood, Sweat and Tears cantando Spinning Wheel.
                   —La verdad es que quería venir para escuchar la radio —comentó Reiko satisfecha—. En
               casa no se sintoniza, y, si no te pasas por aquí de vez en cuando, ya no sabes qué música suena en
               el mundo.
                   —¿Duermes aquí todo el año? —le pregunté a la camarera.
                   —¡Qué dices! —respondió ella riéndose—. Esto por la noche es tan solitario que me moriría.
               Al anochecer los hombres de los pastos me llevan a la ciudad. Y por las mañanas vuelvo.
                   Señaló a lo lejos hacia un todoterreno aparcado delante de la oficina de los pastos.
                   —Pronto terminarán el trabajo, ¿no? —dijo Reiko.
                   —Dentro de poco —contestó la chica. Reiko le ofreció un cigarrillo y las dos fumaron.
                   —Te echaremos de menos —afirmó Reiko.
                   —Volveré en mayo del año que viene. —La chica volvió a reírse.
                   Sonó  White  Room,  de  Cream,  luego  hubo  anuncios  y  a  continuación  le  tocó  el  turno  a
               Scarborough Fair, de Simon and Garfunkel. Reiko dijo que le gustaba aquella canción.
                   —He visto la película —dije.
                   —¿Y quién sale?
                   —Dustin Hoffman.
                   —No lo conozco. —Reiko movió la cabeza compungida—. El mundo cambia tan deprisa...,
               antes de que uno se dé cuenta.
                   Reiko le pidió la guitarra a la chica.  «Ahora mismo», dijo ella, apagó la radio y sacó una
               vieja guitarra del fondo del local. El perro levantó la cabeza, olisqueó la guitarra.
                   —Esto no se come —le advirtió Reiko al perro, como si estuviera convenciéndolo de algo.
                   El viento olía a hierba. Ante nuestros ojos, la hilera de montañas se recortaba nítidamente en
               el cielo.
                   —Parece una escena de Sonrisas y lágrimas —le comenté a Reiko, que estaba afinando la
               guitarra.
                   —¿Y eso qué es?
                   Tocó los primeros acordes de Scarborough Fair. Al parecer, era la primera vez que la tocaba,
               y de oído, así que al principio dudó hasta dar con los acordes correctos. A base de equivocarse y
               volver a intentarlo, logró tocar la melodía completa. A la tercera vez, empezó a añadir adornos
               aquí y allá y la interpretó sin dificultad alguna.
                   —Qué intuición tengo. —Reiko me guiñó un ojo y señaló su cabeza—. Si escucho tres veces
               una melodía, puedo tocarla sin partitura.
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