Page 96 - Tokio Blues - 3ro Medio
P. 96

—A mí no me da esta impresión —respondí tras reflexionar unos instantes—. No me parece
               que ni tú, ni Kizuki, ni Reiko estéis «torcidos». La gente que a mí me parece «torcida» pasea por
               la calle tan campante.
                   —Pero nosotros estamos torcidos. Yo misma me doy cuenta —replicó Naoko.
                   Anduvimos  un  rato  en  silencio.  El  camino  se  separaba  de  la  empalizada  de  los  pastos  y
               desembocaba en un prado con forma circular rodeado de árboles, parecido a un pequeño lago.
                   —A veces me despierto aterrada en medio de la noche. —Naoko pegó su cuerpo al mío—.
               Pienso que no me recuperaré, que pasarán los años y me pudriré aquí. Y, al imaginarlo, siento
               cómo se me hiela la sangre. Es una sensación amarga, fría.
                   Le rodeé los hombros con los brazos y la atraje hacia mí.
                   —Me da la impresión de que Kizuki me tiende la mano desde las tinieblas  y reclama mi
               presencia. «¡Eh, Naoko! No podemos estar separados», me dice.
                   —¿Y qué haces en esos momentos?
                   —Por favor, Watanabe, no me malinterpretes.
                   —Tranquila.
                   —Le pido a Reiko que me abrace —me contó Naoko—. La despierto, me meto en su cama,
               le pido que me abrace. Y lloro. Ella me acaricia hasta que mi cuerpo recobra el calor. ¿Te parece
               extraño todo esto?
                   —No. Pero me gustaría ser yo quien te abrazara, en lugar de Reiko.
                   —Abrázame ahora, aquí —me rogó Naoko.
                   Nos sentamos sobre la hierba seca del prado y nos abrazamos. Al sentarnos, nuestros cuerpos
               quedaron  ocultos  entre  la  hierba  y  no  podíamos  ver  más  que  el  cielo  y  las  nubes.  La  tumbé
               despacio sobre la hierba y la abracé. Su cuerpo era ágil y cálido, sus manos recorrieron el mío.
               Nos besamos cariñosamente.
                   —Oye, Watanabe... —me susurró al oído.
                   —Dime.
                   —¿Tienes ganas de acostarte conmigo?
                   —Claro —dije.
                   —¿Podrás esperar?
                   —Podré esperar.
                   —Antes de hacerlo quiero estar mejor. Encontrarme bien y convertirme en tu pasatiempo.
               ¿Podrás esperar hasta entonces?
                   —Claro.
                   —¿Se te ha puesto dura?
                   —¿La planta del pie?
                   —¡Tonto! —Naoko soltó una risita.
                   —Si te refieres a si tengo una erección, te diré que si. Claro.
                   —¿Te importaría dejar de decir «claro»?
                   —No lo diré más.
                   —¿No es penoso?
                   —¿El qué?
                   —Que se te ponga dura.
                   —¿«Penoso»? —repetí.
                   —Es decir, doloroso.
                   —Según como lo mires.
                   —¿Te ayudo a correrte?
                   —¿Con la mano?
   91   92   93   94   95   96   97   98   99   100   101