Page 88 - Tokio Blues - 3ro Medio
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—¿Os apetece una taza de cacao? —intervino Reiko.
—¡Oh, sí! —dijo Naoko.
—Yo beberé un poco de brandy que he traído, ¿os importa? —pregunté.
—¡Adelante! —exclamó Reiko—. ¿Me ofreces una copa?
—Claro. —Me reí.
Reiko trajo un par de copas y brindamos. Luego fue a la cocina a preparar el cacao.
—Hablemos de algo más alegre —comentó Naoko.
Pero a mí no se me ocurría nada divertido que contarles. «¡Ojalá estuviera aquí Tropa-de-
Asalto», me dije. Con él, las anécdotas surgían una tras otra y, al contarlas, todo el mundo se
ponía contento. ¡Qué remedio! Inicié una larga descripción de las lamentables condiciones
higiénicas en las que vivíamos en la residencia. Era tan repugnante que, sólo de contarlo, me
daban arcadas, pero ellas lo encontraron de lo más chocante y se retorcieron de risa. Después
Reiko imitó a varios enfermos mentales. Eso también fue divertido. Cuando, a las once, Naoko
puso cara de sueño, Reiko bajó el respaldo del sofá, lo convirtió en cama y me entregó las
sábanas, las mantas y una almohada.
—Una violación a medianoche no estaría mal, pero no te equivoques de mujer —bromeó
Reiko—. El cuerpo sin arrugas que duerme en la cama de la izquierda es el de Naoko.
—¡Mentira! ¡Duermo en la de la derecha! —dijo Naoko.
—Por cierto, he conseguido que mañana por la tarde podamos saltarnos las actividades.
Haremos una excursión. Por aquí cerca hay lugares preciosos —añadió Reiko.
—¡Estupendo! —exclamé.
Ellas entraron por turnos en el baño para lavarse los dientes y se retiraron a su dormitorio.
Una vez solo, bebí un poco más de brandy, me tendí en el sofá y fui rememorando, uno a uno, los
acontecimientos del día, de la mañana a la noche. Me parecía haber vivido un día muy largo. La
habitación seguía iluminada por la blanca luz de la luna. El dormitorio de Naoko y Reiko estaba
silencioso; no se oía el menor ruido. De vez en cuando crujía una cama. Al cerrar los ojos, vi
unas diminutas figuras temblorosas danzando en la oscuridad, mientras, en el fondo de mis oídos,
resonaba el eco de la guitarra de Reiko. No duró mucho rato. De pronto el sueño me arrastró
hacia un lodazal. Y soñé con sauces. A ambos lados de un sendero montañoso se alineaban los
sauces. Muchos, muchísimos sauces. Soplaba un viento muy fuerte, pero las ramas de los árboles
no se movían un ápice. «¿Por qué?», me pregunté con extrañeza. En ese instante descubrí que
había unos pájaros asidos a las ramas. Su peso impedía que éstas se balanceasen. Agarré una
estaca y golpeé la rama que tenía más cerca. Pretendía ahuyentar a los pájaros para dejar que las
ramas se mecieran libremente. Pero éstos no levantaron el vuelo. En lugar de eso, se convirtieron
en pájaros de metal y fueron cayendo al suelo con estrépito.
Cuando me desperté tuve la sensación de seguir soñando. El interior de la habitación brillaba
tenuemente a la blanca luz de la luna. En un acto reflejo, miré hacia el suelo buscando los pájaros
de metal esparcidos. Por supuesto, no había ninguno. Sólo estaba Naoko, sentada a los pies del
sofá, con la vista clavada al otro lado de la ventana. Tenía las rodillas dobladas y el mentón
apoyado en ellas como un huérfano hambriento. Dirigí la mirada hacia el reloj que había a la
cabecera, el cual no se encontraba donde lo había visto antes. Deduje, por la luz de la luna, que
debían de ser las dos o las tres de la madrugada. Aunque estaba sediento, opté por permanecer
inmóvil observando a Naoko. Llevaba la misma bata azul que antes y la mitad de su cabellera
estaba sujeta por el pasador con forma de mariposa. Su bonita frente resplandecía a la luz de la
luna. «¡Qué extraño!», pensé. «Antes de acostarse se había quitado el pasador.»
Naoko permanecía inmóvil. Parecía un pequeño animal nocturno hechizado por la luz de la
luna. El ángulo de la luz exageraba la sombra de sus labios. Aquella sombra vibraba con