Page 83 - Tokio Blues - 3ro Medio
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tocándolo como comprendí cuánto amaba aquel instrumento y cuánto lo había añorado. En fin,
               era maravilloso poder interpretar música para mí misma.
                   »Tal como te he dicho antes, tocaba el piano desde los cuatro años, pero jamás por placer.
               Siempre lo hacía para pasar un examen, porque era una asignatura, para impresionar a los demás.
               Eso es importante, claro que sí, para llegar a dominar un instrumento musical. Pero cuando una
               llega a cierta edad, tiene que interpretar la música para sí misma. Ése es el poder de la música. Y
               yo por fin lo comprendía después de salir del circuito de élite, a punto de cumplir treinta y dos
               años. Llevaba a mi hija al jardín de infancia, realizaba las tareas de la casa en un santiamén y
               después  me  pasaba  una  o  dos  horas  interpretando  mis  melodías  favoritas.  Hasta  aquí  no  hay
               problema, ¿verdad?
                   Asentí.
                   —Sin embargo, un día una vecina a quien conocía de vista, de saludarnos por la calle, vino a
               visitarme y me dijo que su hija quería que le diese clases de piano. Aunque la llame vecina, su
               casa estaba, en realidad, bastante lejos de la mía, y yo no conocía a su hija. Pero, según decía la
               señora, la niña solía pasar por delante de casa y, al oírme tocar el piano, se emocionaba. También
               me  había  visto,  y  al  parecer  sentía  una  gran  admiración  hacia  mí.  Estaba  en  segundo  de
               secundaria y había recibido clases, pero por entonces no tenía profesor.
                   »Rehusé. Le dije que había estado muchos años sin tocar y que, si fuera una principiante,
               todavía,  pero  enseñar  a  una  chica  que  ya  había  recibido  clases  durante  varios  años  me  era
               imposible. Ante todo,  yo estaba ocupada cuidando de mi hija y, además, aunque eso no se lo
               comenté a la madre, por supuesto, una chica que cambiaba constantemente de profesor no podría
               llegar lejos. Entonces la madre me pidió que al menos le hiciera el favor de conocer a su hija. ¡En
               fin!  Era  una  mujer  muy  testaruda  y  no  me  hubiera  resultado  fácil  negarme,  así  que  acepté
               insistiendo en que sólo conocería a la niña. Al cabo de tres días la hija se presentó en casa, sola.
               Era hermosa como un ángel. Tenía una belleza angelical. Fue la primera y última vez en mi vida
               que vi una chica tan hermosa. Tenía el pelo largo y negro como la tinta china, los brazos y las
               piernas  largos  y  gráciles,  los  ojos  brillantes,  los  labios  delgados  y  suaves  como  acabados  de
               hacer. Al verla, me quedé sin habla. Cuando se sentó en el sofá de la sala de estar, la estancia
               parecía  haberse  transformado  en  otra  mucho  más  lujosa.  Si  la  mirabas  de  frente,  quedabas
               deslumbrado. Tenías que entornar los ojos.
                   »Así  era  ella.  Aún  hoy  me  parece  verla.  —Reiko  entornó  los  ojos  como  si  tratara  de
               imaginársela—. Estuvimos hablando alrededor de una hora mientras tomábamos una taza de café.
               Charlamos de música, de la escuela... Parecía inteligente. Sus opiniones eran claras, agudas, tenía
               el talento innato de quienes saben atraer el interés de su interlocutor. Casi me daba miedo. ¿Por
               qué la temía? Entonces no lo sabía. Sólo se me pasó por la cabeza que probablemente fuera su
               inteligencia aguda lo que temía. Cuando hablaba con ella iba perdiendo la capacidad de juzgar.
                   »En resumen, era demasiado joven y hermosa, y eso me aplastó, acabé viéndome a mí misma
               como un ser muy inferior. Si abrigaba algún pensamiento negativo respecto a ella, me daba la
               impresión de que ésta era una idea retorcida. —Negó con la cabeza varias veces—. Si yo fuera
               tan hermosa e inteligente como ella, sería una persona mucho más normal. ¿Qué más se puede
               pedir? Adorándola como la adoraba todo el mundo, ¿por qué atormentaba a los seres inferiores,
               más débiles que ella, y los presionaba? ¿Qué razones podía tener para hacer eso?
                   —¿Te hizo algo terrible?
                   —Vayamos  por  partes.  Aquella  chica  era  una  mentirosa  patológica.  Una  enferma.  Se  lo
               inventaba  todo.  Y  acababa  creyéndose  lo  que  decía.  Con  tal  de  cuadrar  las  historias,  iba
               cambiando esto  y aquello a su antojo. Sin embargo, en cuanto  yo pensaba  «¡Qué extraño! No
               puede ser», ella tenía una inteligencia tan rápida que me tomaba la delantera, amañaba las cosas
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