Page 85 - Tokio Blues - 3ro Medio
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interpretación  era  maravillosa,  y  que,  si  pudiera  volver  a  escucharla,  me  daría  un  vuelco  el
               corazón. A pesar de todas sus astucias, mentiras y defectos. ¿No te parece? En la vida ocurren
               estas cosas.
                   Tras soltar una tos seca, Reiko interrumpió su relato y enmudeció un momento.
                   —¿Y la aceptaste como alumna? —pregunté.
                   —Sí. Venía una vez por semana, toda la mañana del sábado. En su escuela hacían fiesta los
               sábados. No faltó nunca, jamás llegó tarde, era una alumna ideal. Estudiaba. Y, al terminar la
               clase, comíamos pastel y hablábamos. —En este punto Reiko miró su reloj—. Deberíamos volver
               a casa. Me preocupa Naoko. ¿No me digas que te habías olvidado de ella?
                   —¡No! —dije riendo—. Pero la historia me ha atrapado.
                   —Si quieres saber cómo continúa, te lo cuento mañana. Es una historia un poco larga. No
               puede contarse toda de golpe.
                   —Pareces Scherezade.
                   —Sí, y tú ya no podrás volver a Tokio. —Reiko también se rió.
                   Cruzamos el bosque de vuelta y regresamos a casa. La vela se había consumido y la luz de la
               sala estaba apagada.  La  puerta del dormitorio  permanecía abierta, la lámpara de encima de la
               mesilla de noche, encendida, y su tenue luz llegaba hasta la sala. Encontramos a Naoko en el sofá
               de la sala, en la penumbra. Se había puesto una bata cerrada hasta el cuello y estaba sentada con
               las piernas dobladas encima del sofá. Reiko se acercó a ella y le acarició la cabeza.
                   —¿Estás bien?
                   —Sí,  ya  estoy  bien.  Lo  siento  —susurró  Naoko.  Luego  se  volvió  hacia  mí  y  se  disculpó
               avergonzada—: ¿Te has asustado?
                   —Un poco. —Esbocé una sonrisa.
                   —Ven aquí —me dijo Naoko.
                   Después de sentarme a su lado, Naoko acercó la cara a mi oído como si quisiera contarme un
               secreto y me besó detrás de la oreja.
                   —Lo  siento  —repitió  dirigiéndose  a  mi  oreja.  Acto  seguido,  se  apartó—.  A  veces  ni  yo
               misma sé lo que me está pasando.
                   —Eso también suele ocurrirme a mí.
                   Naoko sonrió y me miró.
                   —Si no te importa, me gustaría que me contaras más cosas de ti —le pedí—. Sobre la vida
               que llevas aquí. En qué empleas los días, qué clase de gente conoces...
                   Naoko me habló de su vida cotidiana con frases entrecortadas, pero claras. Se levantaban a
               las  seis  de  la  mañana,  desayunaban  en  casa  y,  después  de  limpiar  el  gallinero,  normalmente
               trabajaban en el campo. Cultivaban verduras. Antes o después del almuerzo, durante una hora,
               tenían visita con el médico o sesión de grupo. Por la tarde seguían un plan libre de actividades,
               tomaban clases  de algo  que les gustara, hacían  actividades  al  aire libre  o deporte. Ella estaba
               aprendiendo varias cosas: francés, punto, piano e historia antigua.
                   —Reiko me da clases de piano —continuó Naoko—. También da clases de guitarra. Aquí
               todos somos profesores y alumnos al mismo tiempo. Quien sabe francés enseña francés; el que es
               profesor de sociología imparte clases de historia; quien es bueno tejiendo enseña a hacer punto,
               etcétera. Esto parece una pequeña escuela. Por desgracia, no hay nada que yo pueda enseñar.
                   —Yo tampoco —reconocí.
                   —En  fin.  Estudio  con  muchas  más  ganas  que  cuando  iba  a  la  universidad.  Además,  me
               divierte.
                   —¿Qué haces después de cenar?
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