Page 87 - Tokio Blues - 3ro Medio
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—A mí me preocupaba lo que debías de estar pensando tú. —Sacudí la cabeza.
                   —El problema era que nuestro pequeño círculo no podía durar eternamente. Y eso lo sabía
               Kizuki, lo sabía yo y lo sabías tú.
                   Asentí.
                   —Si te digo la verdad —siguió Naoko—, yo adoraba los defectos de Kizuki. Me gustaban
               tanto como sus virtudes. Él no tenía ni un ápice de astucia o de mala intención. Era débil, sólo
               eso.  Nunca  quiso  creerme  cuando  se  lo  decía.  Siempre  replicaba  lo  mismo:  «Naoko,  esto  es
               porque estamos juntos desde los tres años y me conoces demasiado. Tú no puedes distinguir entre
               los defectos y las virtudes, confundes las cosas». Siempre me hablaba así. Con todo, Kizuki me
               gustaba y, aparte de él, no me gustaba nadie más.
                   Naoko se volvió hacia mí y me sonrió con tristeza.
                   —La nuestra no era la típica relación de pareja. Parecía como si nuestros cuerpos estuviesen
               pegados. Si nos separábamos, una peculiar fuerza de atracción volvía a unirnos. Kizuki y yo nos
               hicimos novios de la forma más natural del mundo. Era algo que estaba fuera de duda, no había
               alternativa posible. A los doce años ya nos besábamos, y a los trece nos acariciábamos. Yo iba a
               su habitación, o él venía a la mía, y se lo hacía con las manos. No se me pasaba por la cabeza que
               fuésemos precoces. Si él quería acariciar mis pechos, o mi sexo, yo no tenía nada que objetarle, y
               si él quería eyacular no me importaba ayudarlo. Por eso, si alguien nos hubiera criticado por ello,
               creo que yo me hubiera sorprendido, o enfadado. ¡Vamos! Nosotros hacíamos lo que se suponía
               que debíamos hacer. Nos habíamos mostrado cada rincón de nuestros cuerpos, casi teníamos la
               sensación  de  compartir  el  cuerpo  del  otro.  Sin  embargo,  decidimos  no  dar  un  paso  más.
               Temíamos un embarazo y, en aquella época, no sabíamos cómo prevenirlo. En fin, maduramos
               así, formando una unidad, tomados de la mano. Y apenas experimentamos las urgencias del sexo
               o las angustias del  ego  sobredimensionado que  acompañan la pubertad.  Nosotros, como  te he
               dicho  antes,  estábamos  muy  abiertos  respecto  al  sexo  y,  en  cuanto  al  ego,  como  cada  uno
               absorbía y compartía el del otro, no teníamos una conciencia muy fuerte de nosotros mismos.
               ¿Entiendes lo que estoy tratando de expresar?
                   —Creo que sí.
                   —No podíamos estar separados. Si Kizuki viviera, seguiríamos juntos, amándonos y siendo
               cada vez más infelices.
                   —¿Y eso por qué?
                   Naoko se pasó varias veces los dedos por el cabello a modo de peine. Puesto que se había
               quitado el pasador, cuando se inclinaba hacia delante el pelo le caía sobre la cara, ocultándola.
                   —Porque  tendríamos  que  pagar  nuestra  deuda  al  mundo.  —Naoko  alzó  la  cara—.  El
               sufrimiento de madurar, por ejemplo. No abonamos el importe en su momento y fue más adelante
               cuando nos pasó factura. Por eso Kizuki acabó como acabó y yo estoy ahora aquí. Fuimos igual
               que dos niños que viven desnudos en una isla desierta. Si tienen hambre comen un plátano, si se
               sienten  solos  duermen  abrazados.  Pero  esto  no  puede  durar  eternamente.  Crecimos  deprisa  y
               tuvimos que entrar en la sociedad. Tú eras el lazo que nos unía con el mundo exterior. A través de
               ti, nos esforzamos por adaptarnos al mundo. Aunque, a fin de cuentas, no resultó.
                   Asentí.
                   —No  pienses  que  te  utilizamos.  Kizuki  te  quería  de  todo  corazón,  pero  fuiste  la  primera
               persona ajena que entró en nuestro círculo. Y sigue siendo así. Kizuki ha muerto y ya no está
               aquí, pero tú continúas siendo el único vínculo que tengo con el mundo exterior. Incluso ahora.
               Y, de la misma manera que te amaba Kizuki, te amo yo. Jamás tuvimos la intención de herirte,
               pero quizá lo hicimos. Nunca se nos pasó por la cabeza que eso pudiera suceder.
                   Naoko bajó la cabeza y enmudeció.
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