Page 86 - Tokio Blues - 3ro Medio
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—Hablo con Reiko, leo, escucho música, voy a las habitaciones de los demás y jugamos a
               algo...
                   —Y yo toco la guitarra y escribo mis memorias —terció Reiko.
                   —¿Tus memorias?
                   —Es broma. —Reiko soltó una carcajada—. Nos acostamos a las diez. ¿Qué te parece? Una
               vida sana. Dormimos a pierna suelta.
                   Miré el reloj. Faltaban pocos minutos para las nueve.
                   —Entonces tendremos que acostarnos pronto.
                   —Hoy  podemos  retrasarnos  —comentó  Naoko—.  Hacía  tiempo  que  no  te  veía  y  quiero
               hablar contigo. Cuéntame algo.
                   —Hace  un  rato,  cuando  estaba  solo,  he  recordado  imágenes  del  pasado  —dije—.  ¿Te
               acuerdas de la vez en que Kizuki y yo fuimos a visitarte cuando estabas enferma en ese hospital
               cerca de la playa? Fue el verano de segundo de instituto, ¿no?
                   —Sí, cuando me operaron del pecho. —Naoko sonrió—. Me acuerdo perfectamente. Tú y
               Kizuki vinisteis en moto y me trajisteis unos bombones medio deshechos. ¡Me costó comerlos!
               Parece que hayan pasado siglos.
                   —¡Ni que lo digas! Entonces estabas escribiendo una poesía muy larga.
                   —Todas  las  chicas  escriben  poesías  a  esa  edad.  —Soltó  una  risita—.  ¿Por  qué  te  has
               acordado de esto ahora?
                   —No lo sé. Me he acordado así, por las buenas. De repente me han venido a la memoria el
               olor de la brisa marina y el laurel rosa. ¿Kizuki iba a visitarte a menudo?
                   —¿A visitarme?  ¿Kizuki? Qué va. Incluso  llegamos  a pelearnos por esto.  La primera vez
               vino solo, luego vino contigo, y eso fue todo. Y la primera vez que vino estaba muy inquieto y se
               fue a los diez minutos. Me trajo naranjas. Gruñó algo, me peló una naranja, me la dio, volvió a
               gruñir y se fue. Farfulló algo del estilo que no soportaba los hospitales. —Naoko se reía—. En
               eso era como un niño. ¿Conoces a alguien a quien le gusten los hospitales? Por eso uno acude a
               esos sitios. Para consolar a la gente. Para decirles: «¡Ánimo!». Él no acababa de entenderlo.
                   —Pero cuando fui con él se comportó como siempre.
                   —Porque estabas tú —explicó Naoko—. Delante de ti, siempre actuaba de la misma forma.
               Hacía lo imposible por ocultar sus debilidades. Él te quería mucho, estoy segura. De ahí que se
               esforzara en mostrarte su lado bueno. Pero conmigo era otra historia. Se relajaba. En realidad,
               teína un humor variable. Por ejemplo, tan pronto hablaba por los codos como estaba deprimido.
               Le ocurría con frecuencia. Fue así desde niño. Siempre intentando cambiar, siempre intentando
               superarse a sí mismo.
                   Naoko descruzó y cruzó las piernas en el sofá.
                   —Siempre intentaba  cambiar, ser mejor persona,  y cuando no lo  conseguía se irritaba, se
               entristecía. Pese a tener muchas virtudes, nunca confió en sí mismo y pensaba continuamente:
               «Debo hacer esto», «Tengo que cambiar aquello». ¡Pobre Kizuki!
                   —Si, como dices, él se esforzaba en mostrarme su lado bueno, se salió con la suya. Yo jamás
               le vi otra cosa.
                   Naoko sonrió.
                   —Si te oyera se alegraría. Tú eras su único amigo.
                   —Y él, el mío —dije—. Ni antes ni después ha habido alguien a quien yo pudiera llamar
               amigo.
                   —Por eso me gustaba tanto estar con vosotros. En esos  momentos también para Kizuki  y
               para mí sólo existía su lado bueno. Me sentía muy cómoda. Podía estar tranquila. Por eso me
               gustaba tanto estar los tres juntos. Me pregunto qué debías de pensar.
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