Page 80 - Tokio Blues - 3ro Medio
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—No lo sé —reconocí honestamente—. La verdad es que no sé muy bien qué significa amar
a alguien. Y mucho menos a Naoko. Pero quiero hacer todo lo que esté en mi mano. Si no, no
sabré cómo vivir sin ella. Como has dicho hace un rato, Naoko y yo debemos ayudarnos, éste es
el único camino para salvarnos.
—¿Y vas a seguir acostándote con otras mujeres?
—No sé qué tengo que hacer respecto a eso —añadí—. ¿Debo esperarla todo este tiempo
masturbándome? No tengo ese control sobre mi cuerpo.
Reiko dejó la pelota en el suelo y me dio unos golpecitos en las rodillas.
—No te estoy diciendo que sea malo que te acuestes con mujeres. Si a ti te va bien así,
adelante. Es tu vida. Eres tú quien debe decidirlo. Lo único que quería advertirte es que no te
consumas de forma antinatural. ¿Me comprendes? Sería una lástima. Los diecinueve y veinte
años son un periodo fundamental en la vida y, si adquieres deformaciones estúpidas, con el paso
de los años lo pasarás mal. Hazme caso. Piensa bien en esto: si quieres cuidar de Naoko, cuídate
antes a ti mismo.
Le contesté que lo pensaría.
—Yo también he tenido veinte años —dijo Reiko—. Pero hace mucho tiempo de eso.
¿Puedes creerlo?
—Por supuesto.
—¿Con el corazón?
—Lo creo con el corazón —afirmé sonriendo.
—Y yo en mi época también era guapa, no tanto como Naoko, pero lo era. Entonces no tenía
tantas arrugas como ahora.
Le comenté que me encantaban sus arrugas. Ella agradeció el cumplido.
—Pero, en el futuro, no les digas a las chicas que sus arrugas son bonitas. Aunque a mí me
gusta que me lo digan.
—Iré con cuidado —dije.
Ella se sacó un monedero del bolsillo del pantalón, extrajo una fotografía que guardaba en el
portarretratos y me la enseñó. Era una foto en color de una niña preciosa de unos diez años. La
niña, enfundada en un llamativo mono de esquí y con los esquís puestos, sonreía sobre la nieve.
—¿Qué te parece? Una niña muy guapa, ¿eh? Es mi hija. Me envió esta foto a principios de
año. Ahora está en cuarto de primaria.
—Tiene tu misma sonrisa. —Le devolví la fotografía. Ella volvió a meterse el monedero en
el bolsillo, sorbió por la nariz, se puso un cigarrillo entre los labios.
—De joven, yo quería ser concertista de piano. Tenía talento y la gente lo reconocía. Crecí
muy mimada. Había ganado algunos concursos, sacaba las mejores notas del conservatorio, y
todo el mundo daba por hecho que iría a estudiar a Alemania en cuanto terminara la escuela. Viví
una adolescencia sin una sola nube que la empañara. Todo me iba bien, y la gente que me
rodeaba hacía que así fuera. Pero un día me sucedió algo extraño y todo se fue al traste. Fue en el
cuarto año de conservatorio. Se acercaba un concurso importante y yo estaba ensayando noche y
día para presentarme. De pronto, dejé de poder mover el dedo meñique de la mano izquierda. Se
me quedó completamente tieso. Probé con masajes, baños de agua caliente, estuve dos o tres días
sin tocar, pero no resultó. Aterrada, fui al hospital. Me hicieron varias pruebas, pero los médicos
no lograron descubrir qué me ocurría. El dedo no presentaba ninguna anomalía, el nervio estaba
bien, no había ninguna razón para que no pudiera moverse. Todo apuntaba a causas psicológicas.
Y fui al psiquiatra.
Tampoco él me aclaró gran cosa. Me dijo únicamente que debía de ser a causa del estrés de
antes del concurso. Me aconsejó que dejara de tocar el piano durante un tiempo. —Reiko aspiró