Page 75 - Tokio Blues - 3ro Medio
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Reiko fue a buscar una botella de vino blanco de la nevera, la abrió con el sacacorchos y trajo
tres copas. Era un vino tan ligero y delicioso que parecía de cosecha propia. Cuando el disco
acabó, Reiko sacó un estuche de guitarra de debajo de la cama y, tras afinar el instrumento con
mimo, empezó a tocar lentamente una Fuga de Bach. Se equivocó varias veces en el punteado,
pero aquél fue un Bach interpretado con sentimiento. Cálido, íntimo; se notaba que disfrutaba
tocando.
—Empecé a tocar la guitarra al llegar aquí porque en la habitación no hay piano. No soy muy
buena. Aprendí sola, y mis dedos no están hechos para tocar la guitarra. Pero me gusta mucho. Es
pequeña, manejable... Como una habitación bien caldeada.
Tocó otra pieza breve de Bach, un pasaje de una Suite. A la luz de la vela, bebiendo vino y
escuchando la interpretación que hacía Reiko de Bach, mi espíritu fue sosegándose sin darme
cuenta. Cuando terminó con Bach, Naoko le pidió que tocara algo de los Beatles.
—Ahora las peticiones. —Reiko me guiñó un ojo—. Desde que llegó Naoko, me paso el día
tocando canciones de los Beatles. Soy su esclava musical.
A pesar de sus quejas, tocó Michelle, y muy bien, por cierto.
—Me encanta esta melodía. —Reiko bebió un sorbo de vino y fumó un cigarrillo—. Me hace
pensar en la lluvia cayendo suavemente sobre el prado.
Luego tocó Nowhere Man y Julia. Mientras tocaba, de vez en cuando cerraba los ojos y
sacudía la cabeza. Bebió otro sorbo de vino y fumó otro cigarrillo.
—Toca Norwegian Wood —dijo Naoko.
21
Reiko trajo de la cocina una hucha con forma de maneki-neko y Naoko metió dentro una
moneda de cien yenes.
—¿Qué hacéis? —pregunté.
—Cada vez que le pido que toque Norwegian Wood tengo que meter cien yenes —explicó
Naoko—. Es mi canción preferida, así que le damos un trato especial. Ésta la pido de todo
corazón.
—Y éste es mi dinero para comprar tabaco.
Reiko, tras desentumecerse los dedos, empezó a tocar Norwegian Wood. Su interpretación
estaba llena de sentimiento, sin caer en el sentimentalismo. Yo también introduje cien yenes de
mi bolsillo en la hucha.
—Gracias —dijo Reiko sonriendo.
—Cuando escucho esta canción a veces me pongo triste —comentó Naoko—. No sé por qué,
pero me siento como si me encontrara perdida en un espeso bosque. Hace frío, está muy oscuro y
nadie viene a ayudarme. Por eso, si no se la pido, ella no la toca nunca.
—¡Igual que en Casablanca! —Reiko se rió.
Luego interpretó varias piezas de bossa nova. Mientras, yo contemplaba a Naoko. Tal como
ella misma me había escrito en su carta, tenía un aspecto más saludable, estaba muy bronceada y,
gracias al ejercicio y al trabajo físico, se la veía más fuerte. Lo único que no había cambiado eran
aquellas pupilas claras como un lago y aquellos delgados labios que temblaban con timidez. Sin
embargo, en conjunto, su belleza había evolucionado hacia la plenitud. Esa especie de filo
cortante que antes se ocultaba tras su belleza —cortante como el filo de un delgado cuchillo que,
de pronto, te helara la sangre en las venas— se había mitigado, y, a cambio, ahora la envolvía un
dulce sosiego. Su belleza me emocionó. Me sorprendió que una mujer pudiera cambiar tanto en
medio año. La nueva belleza de Naoko me seducía tanto, o más, que la anterior, pero, con todo,
21 El maneki-neko (literalmente, «gato que invita o llama») es una figura de gato con la pata levantada que suele
colocarse en los establecimientos para, supuestamente, atraer a los clientes. (N. de la T.)