Page 70 - Tokio Blues - 3ro Medio
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Más adelante llegamos a una arboleda con unas quince o veinte viviendas de estilo
occidental, pequeñas y agradables, separadas las unas de las otras. Frente a la mayoría de ellas,
había estacionada una bicicleta amarilla idéntica a la que montaba el guardia. Reiko me indicó
que allí vivía la gente de la plantilla con sus familias.
—Aquí puedes encontrar todo lo que necesites sin tener que ir a la ciudad —me explicó
Reiko mientras andábamos—. Por lo que respecta a la comida, tal como te he dicho antes, somos
casi autosuficientes. También tenemos gallinas ponedoras que nos dan huevos. Hay libros,
discos, instalaciones deportivas, incluso un pequeño supermercado, y cada semana viene el
peluquero. Los fines de semana pasan películas. Si quieres comprar algo especial, puedes
pedírselo a alguien de la plantilla que vaya a la ciudad. Contamos con un sistema de venta por
catálogo para comprar la ropa. No nos falta nada.
—¿No podéis ir a la ciudad? —pregunté.
—No, no se puede. Excepto las visitas al dentista, etcétera. Pero, en principio, no está
permitido. Tienes toda la libertad para salir de aquí, pero, una vez fuera, ya no puedes volver. Es
como quemar las naves. Nadie puede navegar dos o tres días y regresar. Es comprensible. Si no,
esto acabaría convirtiéndose en un jubileo.
Pasada la arboleda había una suave pendiente donde se alzaban, a tramos irregulares, unos
edificios de madera de dos plantas que provocaban una extraña sensación. No sabría decir qué
tenían de extraño, pero ésa fue la primera impresión que me dieron. Me pareció estar
contemplando una imagen irreal. Se me ocurrió que aquélla podría ser una animación hecha por
Walt Disney a partir de un cuadro de Munch. Todos los edificios tenían la misma forma y estaban
pintados del mismo color. Eran casi cúbicos, con un gran portal que guardaba una perfecta
simetría derecha-izquierda y muchas ventanas. Entre los edificios discurría un camino lleno de
curvas parecido al circuito de una autoescuela. Frente a todas las casas había plantas muy bien
cuidadas. No se veía un alma y las cortinas de todas las ventanas estaban corridas.
—Éste es el bloque C. Aquí viven las mujeres. O sea, nosotras. Hay diez edificios, cada uno
está dividido en cuatro secciones, y en cada sección viven dos personas. Por lo tanto, puede alojar
a ochenta personas. Pero en este momento sólo hay treinta y dos.
—¡Qué tranquilo!—exclamé.
—Porque ahora no hay nadie —dijo Reiko—. Yo disfruto de un trato especial, y por eso
ahora tengo tiempo libre, pero la mayoría están siguiendo su programa de actividades. Algunos
hacen deporte, otros cuidan el jardín, otros hacen terapia de grupo, otros han salido a recolectar
verduras silvestres. Cada uno elabora su propio programa. ¿Qué estará haciendo Naoko ahora?
Supongo que pintando o empapelando. No lo recuerdo. Hacen una u otra actividad hasta las cinco
de la tarde.
Entró en un edificio con el número C-7 en la fachada, subió las escaleras del fondo y abrió
una puerta que había a la derecha. La puerta no estaba cerrada con llave. Reiko me enseñó el
interior de la casa. Era una vivienda sencilla y acogedora compuesta de cuatro habitaciones: sala
de estar, dormitorio, cocina y baño. Aunque tenía los muebles imprescindibles, sin adornos, no
daba una sensación de frialdad. Por algún motivo, en aquella casa me sentí igual que en presencia
de Reiko: relajado y a mis anchas. En la sala de estar había un sofá, una mesa y una mecedora. En
la cocina, una pequeña mesa. Encima de ambas mesas yacía un gran cenicero. El mobiliario del
dormitorio constaba de dos camas, dos escritorios y un armario. A la cabecera de las camas había
una mesita de noche con una lámpara y un libro de bolsillo vuelto del revés. En la cocina habían
instalado un pequeño horno eléctrico y una nevera para que pudieran cocinar platos sencillos.
—No hay bañera, sólo ducha. Pero está muy bien, ¿no? —comentó Reiko—. El baño y la
lavandería son comunes.