Page 71 - Tokio Blues - 3ro Medio
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—Está más que bien. En la residencia donde vivo las habitaciones se limitan a un techo y una
ventana.
—Hablas así porque no conoces los inviernos de esta zona —Reiko me dio unos golpecitos
en la espalda para conducirme al sofá donde ella tomó asiento—. Aquí los inviernos son largos y
crudos. Mires donde mires, no ves más que nieve. Hay humedad, el frío te cala hasta los huesos.
Nos pasamos el día quitando nieve. Matamos el tiempo en una habitación caldeada, escuchando
música, hablando, haciendo punto. Por eso, si no tuviéramos tanto espacio, nos agobiaríamos. No
podríamos vivir. Si vienes en invierno ya lo verás.
Reiko lanzó un largo suspiro como si estuviera recordando el invierno y juntó las dos manos
sobre su regazo.
—Luego te montaré la cama —dijo dando golpecitos en el sofá donde estábamos sentados—.
Nosotras dormiremos en el dormitorio y tú aquí. ¿Qué te parece?
—No hay problema.
—Ya está decidido —afirmó Reiko—. Estaremos de vuelta sobre las cinco. Tenemos cosas
que hacer, así que tú espéranos aquí.
—Me pondré a estudiar alemán.
Cuando Reiko se fue, me tendí en el sofá y cerré los ojos. De pronto, mientras me sumía en
aquel silencio, me acordé de una excursión en moto que habíamos hecho Kizuki y yo. Creí
recordar que estábamos en otoño. Era el otoño de..., ¿cuántos años atrás? Cuatro. Me acordé del
olor de la cazadora de cuero de Kizuki y del estrépito que hacía aquella Yamaha 125 cc de color
rojo. Fuimos hasta un lugar alejado en la playa y regresamos, exhaustos, al atardecer. No ocurrió
nada extraordinario, pero recordaba muy bien aquella excursión. El viento de otoño me hería los
oídos, y cuando alzaba la vista hacia el cielo, agarrado con mis manos a la cazadora de Kizuki,
me sentía lanzado hacia el espacio.
Permanecí mucho rato tumbado en el sofá en la misma posición mientras me asaltaban los
recuerdos de aquella época. Por alguna extraña razón, tendido en aquella habitación, acudían a mi
mente unas escenas del pasado de las que no solía acordarme normalmente. Algunas eran alegres,
otras, un poco tristes.
¿Cuánto tiempo permanecí así? Estaba tan inmerso en aquel torrente imprevisto de recuerdos
(parecía una fuente que brota entre las grietas de las rocas) que no me di cuenta de que Naoko
abría la puerta y entraba sigilosamente en la habitación. Allí estaba. Levanté la mirada y clavé
mis ojos en los suyos. Naoko me observaba, sentada en el sofá. Al principio, pensé que su silueta
era una imagen entretejida con las de mis recuerdos. Pero era la Naoko de carne y hueso.
—¿Dormías? —me preguntó en un susurro.
—No, estaba pensando. —Me incorporé en el sofá—. ¿Cómo te encuentras?
—Estoy bien. —Esbozó una sonrisa que parecía sacada de una antigua escena en color
sepia—. Ahora no tengo tiempo. En realidad, no tendría que estar aquí, pero me he escapado
unos minutos. Tengo que volver enseguida. Debo de estar horrorosa con estos pelos...
—Estás muy guapa —le dije.
Llevaba el típico peinado sencillo de las antiguas estudiantes de primaria, con una mitad
sujeta con un pasador. Le sentaba muy bien; parecía que lo hubiese llevado siempre. Recordaba a
una de aquellas hermosas jovencitas que salen en las xilografías antiguas.
—Me da pereza, así que me lo corta Reiko. ¿Te gusta?
—Sí, mucho.
—A mi madre le pareció espantoso —comentó Naoko. Se quitó el pasador, se soltó el pelo,
se pasó los dedos por el cabello y volvió a sujetárselo. El pasador tenía forma de mariposa—.
Quería verte a solas antes de que nos encontremos los tres. No tengo nada urgente que decirte,