Page 66 - Tokio Blues - 3ro Medio
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Tomó un paquete de Seven Stars del bolsillo de la camisa, se metió un cigarrillo entre los
               labios, le prendió fuego con un encendedor, aspiró con placer una bocanada de humo.
                   —Verás..., te llamas Watanabe, ¿no? He pensado que, antes de que veas a Naoko, será mejor
               que te explique cómo funcionan aquí las cosas. Así que primero charlaremos tú y yo. Este sitio es
               un poco especial y, si no sabes nada de él, puede desconcertarte. Porque no debes de conocerlo
               bien, ¿me equivoco?
                   —Apenas lo conozco.
                   —Bien.  Entonces,  en  primer  lugar...  —De  pronto  chasqueó  los  dedos  como  si  se  hubiera
               dado cuenta de algo—. ¿Has comido? ¿Tienes hambre?
                   —Sí, tengo hambre —afirmé.
                   —Ven conmigo. Charlaremos en el comedor. Ya ha pasado la hora del almuerzo, pero algo
               nos darán.
                   La mujer se levantó, echó a andar por el pasillo, bajó la escalera y fue hasta el comedor de la
               planta baja. El comedor tenía capacidad para unas doscientas personas, pero sólo usaban la mitad
               del espacio y mantenían la otra separada por un biombo. Como en un hotel turístico en temporada
               baja. El menú consistía en estofado de patatas con fideos, ensalada, zumo de naranja y pan. Las
               verduras eran tan deliciosas como las había descrito Naoko en su carta. Comí todo lo que había
               en el plato sin dejar ni una miga.
                   —Comes a gusto, ¿eh? —comentó admirada.
                   —Está todo delicioso. No había probado bocado en todo el día.
                   —Si quieres puedes terminar mi plato. Estoy llena.
                   —Claro —dije.
                   —Tengo el estómago pequeño y apenas me cabe nada. Y lo que no lleno con la comida lo
               lleno de humo —dijo llevándose otro cigarrillo Seven Stars a los labios y prendiéndole fuego—.
               ¡Ah, por cierto! Puedes llamarme Reiko. Aquí todos me llaman así.
                   Reiko observaba con curiosidad cómo me comía el estofado que ella apenas había probado y
               cómo mordisqueaba el pan.
                   —¿Eres tú la médico que lleva a Naoko? —le pregunté.
                   —¿Médico yo? —exclamó frunciendo el entrecejo—. ¿De dónde has sacado semejante idea?
                   —Me han dicho que pregunte por la doctora Ishida.
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                   —¡Ah, claro! Mira, yo aquí doy clases de música. Por eso me llaman «profesora Ishida» .
               En realidad, soy una paciente. Pero, como ya llevo siete años aquí, enseño música y ayudo en las
               tareas administrativas, es difícil decir si soy una paciente o pertenezco a la plantilla. ¿Naoko no te
               ha hablado de mí?
                   Negué con un gesto de la cabeza.
                   —¡Vaya!  —dijo  Reiko—.  En  fin,  Naoko  y  yo  vivimos  juntas.  Somos  compañeras  de
               habitación. Es interesante estar con ella. Charlamos de muchas cosas. También de ti.
                   —¿De mí? —pregunté.
                   —Antes  tengo  que  explicarte  algunas  cosas.  —Reiko  ignoró  mi  pregunta—.  Quiero  que
               comprendas que esto no es un hospital convencional. Aquí no se recibe tratamiento, éste es un
               lugar de recuperación. Hay médicos, por supuesto, y visitan una hora al día, pero sólo toman la
               temperatura y controlan el estado general de los pacientes. No te aplican una terapia activa como
               en otros hospitales. Por eso, aquí no hay rejas en las ventanas y el portal está siempre abierto. La
               gente entra y sale por propia iniciativa. Ingresan las personas para quienes esta cura es idónea.


               19  En japonés, el tratamiento para profesores y médicos es el mismo, sensei. Tanto «profesora Ishida» como
               «doctora Ishida» sería Ishida-sensei. (N. de la t)
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