Page 69 - Tokio Blues - 3ro Medio
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cuando seáis capaces de comprenderos el uno al otro. El tiempo te ayuda a reflexionar sobre las
acciones del pasado.
Volví a asentir.
—Me pregunto si tú, Naoko y yo sabremos ayudarnos. Siendo sinceros, deseando ayudarnos.
Si nos esforzamos puede ser muy efectivo. ¿Hasta cuándo vas a quedarte?
—Tengo que estar de vuelta antes de pasado mañana por la tarde. Debo ir a trabajar y,
además, el jueves tengo examen de alemán.
—Bien. Puedes quedarte con nosotras. Así no te costará dinero y podréis hablar sin
preocuparos de la hora.
—¿Con vosotras?
—Con Naoko y conmigo —dijo Reiko—. En la habitación hay dos camas y tenemos un sofá
cama. Dormirás bien. No te preocupes.
—¿No está prohibido? ¿Un hombre viene de visita y se aloja en una habitación con mujeres?
—Supongo que no irrumpirás a la una de la madrugada para violarnos, ¿no?
—¡No!
—Entonces no hay ningún problema. Te quedas con nosotras y así podremos hablar. Es lo
más cómodo. Podremos conocernos mejor y tocaré la guitarra en tu honor. Soy bastante buena.
—¿No será una molestia?
Reiko tomó el tercer cigarrillo Seven Stars, que encendió torciendo las comisuras de los
labios.
—Nosotras ya lo hemos discutido. Y te invitamos las dos. Personalmente. Así que haz el
favor de ser educado y aceptar la invitación, ¿no te parece?
—Por supuesto. Con mucho gusto.
Reiko me miró durante unos instantes en que se le hicieron más profundas las arrugas del
rabillo del ojo.
—No sé. Hablas de una manera un poco extraña —replicó—. No estarás imitando al
personaje de El guardián entre el centeno, ¿verdad?
—¡No! —Me reí.
Reiko, con el cigarrillo entre los labios, también se rió.
—Eres un buen chico. Mirándote, me he dado cuenta. En los siete años que llevo aquí he
visto ir y venir a mucha gente. Así que lo sé. Hay dos tipos de personas: los que son capaces de
abrir su corazón a los demás y los que no. Tú te cuentas entre los primeros. Puedes abrir tu
corazón siempre y cuando quieras hacerlo.
—¿Y qué sucede cuando lo abres?
Reiko, con el cigarrillo entre los labios, juntó las palmas de las manos con aire divertido.
—Que te curas —afirmó.
La ceniza del cigarrillo cayó sobre la mesa, pero a ella no pareció importarle.
Salimos del edificio principal, cruzamos una pequeña colina, pasamos junto a una piscina,
una pista de tenis y una cancha de baloncesto. En la pista de tenis dos hombres estaban
practicando. Uno era de mediana edad y delgado, y el otro, joven y gordo. Ninguno de los dos lo
hacía mal pero, a mi parecer, aquello no tenía nada que ver con el tenis. De hecho, parecía que
estuvieran investigando sobre la resistencia de la pelota. Enfebrecidos, se pasaban la pelota el uno
al otro, extrañamente concentrados en el juego. Ambos sudaban a mares. El joven, que se
encontraba más cerca, interrumpió el juego al ver a Reiko, se acercó y cruzó con ella unas
palabras esbozando una sonrisa. Al lado de la pista de tenis, un hombre de rostro inexpresivo
cortaba el césped con una máquina enorme.