Page 62 - Tokio Blues - 3ro Medio
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»El problema de esta institución es que una vez dentro ya no quieres salir. Quizá todos
tememos irnos. Aquí nos sentimos tranquilos y en paz con nosotros mismos. Nuestras
deformaciones parecen naturales. Sentimos que estamos recuperados. Pero no tenemos la certeza
de que el mundo exterior nos acepte.
»Mi médico dice que ya ha llegado el momento de que inicie los contactos con personas de
fuera. Las "personas de fuera" son gente normal, del mundo normal, aunque yo sólo recuerdo tu
cara. Por alguna razón, no me apetece demasiado ver a mis padres. Están tan preocupados por mí
que verlos y hablar con ellos hace que me sienta miserable. Además, hay varias cosas que debo
explicarte. No sé si lograré hacerlo, pero son cosas importantes que no puedo dejar pasar.
»A pesar de todo, no quiero ser una carga para ti, ni para nadie. Es lo último. Tu cariño hacia
mí me hace muy feliz; sólo estoy tratando de ser sincera y expresarte mis sentimientos. Quizás yo
necesite tu cariño en estos momentos. Si en lo que he escrito hay algo que te molesta, te pido
disculpas. Perdóname. Tal como he dicho antes, soy un ser más imperfecto de lo que crees.
»A veces lo pienso. Si tú y yo nos hubiésemos conocido en circunstancias normales y nos
hubiésemos gustado, ¿qué hubiera ocurrido? Si yo hubiera sido normal y tú hubieras sido normal
(que lo eres), y si Kizuki no hubiera existido, ¿qué hubiera ocurrido? Pero hay demasiados "si...".
Al menos estoy esforzándome en ser una persona más justa y honesta. Es lo único que puedo
hacer por ahora. Y así quiero expresarte mis sentimientos.
»En esta institución, a diferencia de los hospitales, las horas de visita son libres. Conque
llames el día antes, podrás verme siempre que quieras. También podrás comer conmigo, o incluso
alojarte aquí. Ven a visitarme cuando puedas. Tengo muchas ganas de verte. Te incluyo un mapa.
Siento haberme extendido tanto.»
Leí la carta desde el principio una segunda vez. Luego bajé, compré un refresco de cola en la
máquina expendedora, volví a mi habitación y, mientras lo bebía, volví a leerla. Después metí las
siete hojas de papel en el sobre y lo dejé encima de la mesa. En el sobre de color rosa estaban
escritos mi nombre y mi dirección con una letra picuda y demasiado pulcra, tratándose de una
chica joven. Me senté a la mesa, me quedé unos instantes contemplando el sobre. En el remite
ponía «Residencia Ami». Era un nombre extraño. Tras darle vueltas al nombre unos cinco o seis
minutos, decidí que tal vez venía de la palabra francesa ami, es decir, «amigo».
Guardé la carta en el cajón del escritorio, me cambié de ropa y salí. De pronto me dio la
impresión de que, si me quedaba cerca de la carta, la leería diez o veinte veces más. Vagué sin
rumbo por las calles de Tokio, en domingo, tal como en el pasado había hecho siempre con
Naoko. Iba recordando su carta línea a línea mientras deambulaba por una y otra calle. Al
anochecer volví a la residencia, hice una llamada de larga distancia a la Residencia Ami donde se
encontraba Naoko. Respondió la recepcionista, me preguntó qué deseaba. Le di el nombre de
Naoko y quise saber si era posible visitarla durante la tarde del día siguiente. Ella me preguntó
cómo me llamaba y me rogó que volviera a llamar al cabo de media hora.
Después de la cena, cuando volví a llamar, la misma mujer me dijo que la visita era posible,
que me esperaban. Le di las gracias, colgué, metí en mi mochila una muda y los productos de
aseo. Hice tiempo antes de dormirme leyendo La montaña mágica y bebiendo brandy. Cuando
logré conciliar el sueño, era la una de la madrugada.