Page 58 - Tokio Blues - 3ro Medio
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—A las cinco y veinte de la mañana, la gente está tratando de que se le pase la borrachera o
               bien deseando llegar a casa.
                   —Lo sé —dijo ella avergonzada—. Pero a mi amiga le apetece tomar una copa. Tiene sus
               razones y...
                   —Me parece que no tendréis otro remedio que beber en casa.
                   —Ya... Pero yo tomo un tren para Nagano a las siete y media de la mañana.
                   —En ese caso,  lo  único que se me ocurre  es  que compréis  unas  bebidas  en una máquina
               expendedora y os sentéis en la calle.
                   Me pidió que las acompañara porque dos chicas no podían hacer semejante cosa. Yo había
               tenido varias experiencias extrañas en Shinjuku a aquellas horas, pero era la primera vez que dos
               desconocidas  me  invitaban  a  beber  a  las  cinco  y  veinte  de  la  madrugada.  Me  daba  pereza
               negarme, y tampoco tenía otra cosa que hacer, así que me acerqué a una máquina expendedora de
               allí cerca, compré varias botellas de sake y algo para picar, y los tres nos dirigimos a la salida
               oeste de la estación y allí iniciamos nuestro improvisado festín.
                   Me  contaron  que  las  dos  trabajaban  en  la  misma  agencia  de  viajes.  Ambas  se  habían
               licenciado y habían empezado a trabajar aquel mismo año. La menuda tenía novio desde hacía un
               año y se llevaban bien, pero acababa de saber que él se acostaba con otra chica y estaba muy
               deprimida. Ésta era, en líneas generales, la historia. La amiga tenía que estar el sábado por la
               tarde en la casa de sus padres, en Nagano, para asistir, el domingo, a la boda de su hermano
               mayor,  pero  había  decidido  quedarse  con  su  amiga  en  Shinjuku  e  ir  a  Nagano  en  el  primer
               expreso de la mañana del domingo.
                   —¿Y cómo te has enterado de que se acostaba con otra chica? —le pregunté a la menuda.
                   Ella, entre sorbo y sorbo de sake, arrancaba los hierbajos del suelo.
                   —Abrí la puerta de su habitación y los vi con mis propios ojos. Nadie tuvo que decírmelo.
                   —¿Cuándo ocurrió eso?
                   —Anteayer por la noche.
                   —¿Y la puerta no estaba cerrada con llave? —dije.
                   —No.
                   —¿Por qué no la cerraron? —me pregunté en voz alta.
                   —¡Y yo qué sé! ¿Cómo voy a saberlo?
                   —Debió  de  ser  un  golpe  terrible.  ¡Cómo  debió  de  sentirse  la  pobre!  —me  comentó,
               bienintencionada, la amiga.
                   —Yo que tú lo hablaría con él. En definitiva, se trata de decidir si lo perdonas —le aconsejé.
                   —Nadie sabe cómo me siento —se quejó la chica, arrancando hierbajos sin tregua.
                   Una bandada de cuervos se acercó por el oeste y sobrevoló los grandes almacenes Odakyū.
               Ya era de día. En éstas se acercó la hora en que la alta debía de subir al tren, así que le ofrecimos
               el resto del sake a un vagabundo que había en el subterráneo de la salida oeste de la estación de
               Shinjuku, compramos los billetes y la despedimos. Cuando el tren se perdió de vista, la menuda y
               yo,  sin  mediar  invitación,  entramos  en  un  hotel.  Ni  a  ella  ni  a  mí  nos  apetecía  demasiado
               acostarnos juntos, pero era la única manera de ponerle un punto final a aquello.
                   Tras cruzar el umbral de la habitación, me desnudé y entré en la bañera. Sumergido en el
               agua,  bebí  cerveza  como  si  pretendiera  ahogar  las  penas.  Ella  también  se  metió  dentro  de  la
               bañera y, tendidos en el agua, tomamos cerveza en silencio. Por más que bebiéramos, el alcohol
               no se nos subía  a la  cabeza,  y no teníamos  sueño. Su piel era blanca  y suave,  y sus piernas,
               bonitas. Contestó con un gruñido a mi cumplido.
                   Sin  embargo,  una  vez  en  la  cama  pareció  transformarse  en  otra  persona.  Sensible  a  mis
               caricias, se retorcía, gritaba. Cuando la penetré, me clavó las uñas en la espalda y, al acercarse el
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