Page 60 - Tokio Blues - 3ro Medio
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                   «Gracias por tu  carta»,  escribía Naoko. Su familia se la había remitido  «aquí»  enseguida.
               «Recibir tu carta no sólo no me ha molestado, sino que me ha hecho muy feliz. Ya era hora de
               escribirte», ponía en la carta.
                   Después de leer este encabezamiento, abrí la ventana de la habitación, me quité la chaqueta y
               me senté en la cama. Desde un palomar cercano me llegaba el arrullo de las palomas. El viento
               hacía ondear las cortinas. Con las siete hojas de la carta de Naoko en la mano, me sumí en unos
               pensamientos deshilvanados. Al leer las primeras líneas, sentí cómo el mundo circundante perdía
               sus colores. Cerré los ojos y tardé un tiempo largo en ordenar mis ideas. Respiré hondo y reanudé
               la lectura.

                   «Hace casi cuatro meses que estoy aquí. En estos cuatro meses he pensado mucho en ti. Y he
               visto  claro  que  te  he  tratado  injustamente.  Debería  haber  sido  mejor  persona  contigo,  haberte
               tratado con justicia. Pero esta manera de pensar quizá no sea la normal. Para empezar, las chicas
               de mi edad no usan la palabra "justicia". A ellas les resulta indiferente que las cosas sean justas o
               injustas. A la mayoría, más que el hecho de que las cosas sean justas o injustas, les preocupa que
               sean bonitas, o cómo ser felices. La "justicia" tiene un carácter masculino. Sin embargo, en mi
               situación, ésta es la palabra que más me conviene. En estos momentos "qué es bonito" o "cómo
               ser  feliz"  son  proposiciones  demasiado  complicadas;  prefiero  aferrarme  a  otros  criterios.  Por
               ejemplo,  a si  algo es  justo,  honesto  o universal.  En cualquier  caso,  creo que no he sido  justa
               contigo. Y, en consecuencia, te he arrastrado de aquí para allá  y te he herido muy hondo. Al
               hacerlo, también me he arrastrado y me he herido a mí misma. No es una excusa, no creas que
               trato de justificarme, es la verdad. Si he dejado una herida en tu interior, esta herida no es sólo
               tuya,  también  es  mía.  Así  que  no  me  odies  por  ello.  Soy  un  ser  imperfecto.  Mucho  más
               imperfecto de lo que crees. Por eso no quiero que me odies. Si me odiaras, me partiría en mil
               pedazos. Sé que no puedo esconderme en mi caparazón y dejar que las cosas pasen. Y me da la
               impresión de que tú haces eso. A veces te envidio muchísimo, y tal vez te he arrastrado de aquí
               para allá por ese motivo.
                   «Quizás esta manera de ver las cosas sea analítica. La terapia que aplican aquí no lo es en
               absoluto. Pero una persona que, como yo, está en tratamiento desde hace meses acaba pensando,
               lo quiera o no, de forma analítica. "Esto ha sucedido por tal cosa", "esto significa lo uno e implica
               lo otro". No tengo claro que esta manera de analizar las cosas simplifique el mundo.
                   »De  todos  modos,  me  doy  cuenta  de  que,  en  comparación  a  cómo  estuve  en  algunos
               momentos,  ahora  me  encuentro  muy  recuperada,  y  los  que  me  rodean  también  perciben  mi
               mejoría. Hace tiempo que no era capaz de redactar unas líneas. Escribirte aquella carta en julio
               me costó sudor y lágrimas (no recuerdo lo que puse; espero que no fuera nada horrible), pero
               ahora he logrado dirigirme a ti de forma relajada. Al parecer, lo que yo necesitaba era esto: aire
               puro, un lugar tranquilo y apartado del mundo, una vida ordenada, ejercicio diario. ¡Es magnífico
               ser capaz de escribirle a alguien! Sentir que quieres comunicarle tus pensamientos, sentarte a la
               mesa, coger una pluma y escribir unas líneas me parece algo maravilloso. Aunque, al expresarlo
               en palabras, quede una pequeña parte de lo que quiero decir. No importa. Sólo por tener ganas de
               escribirle a alguien ya me siento feliz. Son las siete y media de la tarde, ya he cenado, acabo de
               tomar un baño. Todo está en silencio y, al otro lado de la ventana, todo está negro como boca de
               lobo. No hay ninguna luz. Las estrellas siempre se ven nítidamente, pero hoy está nublado. La
               gente  de  aquí  conoce  muy  bien  las  constelaciones  y  me  dice:  "Aquélla  es  Virgo;  aquélla,
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