Page 54 - Tokio Blues - 3ro Medio
P. 54
—No es sólo culpa mía. Me refiero a que yo sea tan poco afectuosa. Y lo reconozco. Pero si
ellos..., si mi padre y mi madre..., si ellos me hubiesen querido un poco más, yo, por mi parte,
ahora sentiría de otra forma. Y estaría mucho, pero que mucho más triste.
—¿Crees que no te quisieron demasiado?
Ella volvió la cabeza y me miró fijamente. Hizo un gesto afirmativo.
—Yo diría que entre un «no lo suficiente» y un «nada de nada». Siempre estuve hambrienta.
Aunque sólo hubiera sido una vez, hubiera querido recibir amor a raudales. Hasta hartarme. Hasta
poder decir: «Ya basta. Estoy llena. No puedo más». Me hubiera conformado con una vez. Pero
ellos jamás me dieron cariño. Si me acercaba con ganas de mimos, mis padres me apartaban de
un empujón. «Esto cuesta dinero», decían. Únicamente sabían quejarse. Siempre igual. Así que
pensé lo siguiente: «Conoceré a alguien que me quiera con toda su alma los trescientos sesenta y
cinco días del año». Estaba en quinto o sexto curso de primaria cuando lo decidí.
—¡Qué fuerte! —exclamé admirado—. ¿Y lo has conseguido?
—No es tan fácil como creía —reconoció Midori. Reflexionó un momento contemplando el
humo—. Quizá sea por haber esperado tanto tiempo, pero ahora busco la perfección. Por eso es
tan difícil.
—¿Un amor perfecto?
—¡No, hombre! No pido tanto. Lo que quiero es simple egoísmo. Un egoísmo perfecto. Por
ejemplo: te digo que quiero un pastel de fresa, y entonces tú lo dejas todo y vas a comprármelo.
Vuelves jadeando y me lo ofreces. «Toma, Midori. Tu pastel de fresa», me dices. Y te suelto:
«¡Ya se me han quitado las ganas de comérmelo!». Y lo arrojo por la ventana. Eso es lo que yo
quiero.
—No creo que eso sea el amor —le dije con semblante atónito.
—Sí tiene que ver. Pero tú no lo sabes —replicó Midori—. Para las chicas, a veces esto tiene
una gran importancia.
—¿Arrojar pasteles de fresa por la ventana?
—Sí. Y yo quiero que mi novio me diga lo siguiente: «Ha sido culpa mía. Tendría que haber
supuesto que se te quitarían las ganas de comer pastel de fresa. Soy un estúpido, un insensible. Iré
a comprarte otra cosa para que me perdones. ¿Qué te apetece? ¿Mousse de chocolate? ¿Tarta de
queso?».
—¿Y qué sucedería a continuación?
—Pues que yo a una persona que hiciera esto por mí la querría mucho.
—A mí me parece un desatino.
—Yo creo que el amor es eso. Pero nadie me comprende. —Midori sacudió la cabeza sobre
mi hombro—. Para un cierto tipo de personas el amor surge con un pequeño detalle. Y, si no, no
surge.
—Eres la primera chica que conozco que piensa así.
—Me lo ha dicho mucha gente. —Se toqueteó las cutículas de las uñas—. Pero yo no puedo
pensar de otro modo. Estoy hablando con el corazón en la mano. Jamás he creído que mis ideas
sean diferentes de las de los demás, ni lo busco. Pero cuando digo lo que pienso, la gente cree que
bromeo, o que estoy haciendo comedia. Todo acaba dándome lo mismo.
—¿Sigues queriendo morir en el incendio?
—¡Ostras! ¡No! Eso es otro asunto. Sentía curiosidad.
—¿Por morir en un incendio?
—No. Me interesaba ver cómo reaccionabas. Pero morir no me da miedo. Te ves envuelto en
humo, pierdes el conocimiento y te mueres sin más. Es un momento. No me da ni pizca de
miedo. ¡Bah! ¡Comparado con la forma en que he visto morir a mi madre y a otros parientes! En