Page 49 - Tokio Blues - 3ro Medio
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falta que hiciera tal cosa. ¡En fin! Ahorraba del dinero que tenía para mis gastos e iba comprando
               cuchillos de cocina, cazuelas y coladores. Una chica de quince o dieciséis años que va ahorrando
               céntimo a céntimo para comprar asperones, cuchillos, sartenes para hacer tempura. Mientras, mis
               amigas, que tenían mucho dinero para sus  gastos, se compraban vestidos preciosos  y zapatos.
               ¿No te doy pena?
                   Asentí al tiempo que sorbía la sopa.
                   —En primero de bachillerato me encapriché de un cacharro para hacer tortillas. Esta especie
               de sartén larga y estrecha que estás viendo. Me la compré con el dinero que tenía reservado para
               un sujetador nuevo.  Fue horrible. Tuve que pasarme tres  meses con un solo  sujetador. Por la
               noche lo lavaba y lo secaba como podía, y por la mañana me lo ponía y salía a la calle. Si no se
               secaba  bien  era  una  tragedia.  No  hay  nada  más  triste  en  el  mundo  que  ponerte  un  sujetador
               húmedo. ¡Al recordarlo se me saltan las lágrimas! ¡Y todo por una sartén para hacer tortillas!
                   —¡Vaya! —dije, riéndome.
                   —Por eso, cuando murió mi madre, me sabe mal decirlo por ella pero me sentí aliviada. Pude
               emplear a mi antojo el dinero para los gastos de la casa y comprar lo que quisiera. Así que ahora
               tengo una colección muy completa de utensilios de cocina. Mi padre no se imagina en qué gasto
               el dinero.
                   —¿Cuándo murió tu madre?
                   —Hace dos años —matizó concisa—. De cáncer. Un tumor cerebral. Estuvo ingresada un
               año y medio y sufrió tanto que enloqueció y tenía que estar todo el día drogada. A pesar de ello,
               no se moría. Al final, murió. Para ella, la muerte fue una especie de eutanasia. ¡Qué muerte más
               terrible! El enfermo sufre y sus allegados lo pasan fatal. Con la enfermedad de mamá, en casa nos
               quedamos sin dinero. Le ponían inyecciones a veinte yenes la unidad, una tras otra, teníamos que
               estar siempre con ella... Y yo también quedé muy mal parada. Puesto que la cuidaba, no podía
               estudiar y no entré en la universidad. Encima, para más inri... —Iba a añadir algo pero cambió de
               idea, dejó los palillos y suspiró—. ¡Qué conversación tan deprimente! ¿A qué ha venido hablar de
               cosas tan tristes?
                   —A raíz de lo del sujetador —dije.
                   —Fíjate en la tortilla. Y cómetela con plena conciencia de lo mucho que vale. —Puso una
               expresión seria.
                   Al  terminar  mi  parte,  me  sentí  lleno  a  rebosar.  Midori  no  había  comido  tanto  como  yo.
               «Cocinando  ya  te  llenas»,  me  dijo.  Después  de  comer  quitó  los  platos,  pasó  un  trapo  por  la
               superficie de la mesa, trajo un paquete de Marlboro, se llevó un cigarrillo a los labios y le prendió
               fuego con una cerilla. Luego tomó el vaso donde estaban los narcisos y se quedó mirándolos.
                   —Me gustan más así —dijo—. Es mejor que no los meta en un jarrón. Así parece que acabes
               de recogerlos en la orilla del agua y que, de momento, los hayas puesto en un vaso.
                   —Acabo de cogerlos en el estanque de la estación de Otsuka —informé.
                   Midori soltó una risita.
                   —¡Eres único! Cuando bromeas pones cara de estar hablando en serio.
                   Con la mejilla apoyada en la palma de la mano, Midori se fumó medio cigarrillo, que después
               apagó aplastándolo contra el cenicero. A renglón seguido, se frotó los ojos como si le hubiese
               entrado humo dentro.
                   —Siendo  una  chica,  tendrías  que  apagar  el  cigarrillo  de  una  forma  más  elegante  —la
               regañé—. Pareces una leñadora. No debes machacarlo así. Tienes que ir apagándolo poco a poco,
               por los lados, dándole la vuelta. Así no te quedará la colilla despanzurrada. No seas tan bruta. Y
               bajo ningún concepto debes sacar el humo por la nariz. Además, las chicas refinadas, cuando
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